La Quinta es ésta una de las pocas ganaderías encastadas en Santa Coloma que aún hoy lidia en las grandes ferias, pues es una pena comprobar como este encaste, santo y seña de bravura en tiempos no lejanos, de toros con picante que demandaban toreros muy puestos, ha ido desapareciendo de los festejos señeros. La moda del toro grande y no respetar la riqueza que supone la variedad de encastes, ha desterrado a estos toros cárdenos.

Ayer, sin embargo, la corrida fue muy deslucida. Sobraban a los toros caja y kilos, con respecto a lo que ha sido el santacoloma tradicional. Tal vez por ello la corrida mostró una sosería atroz. Al poco de salir los toros de los chiqueros, embestían con desgana. Ninguno de los seis se empleó en la muleta, que si bien tomaban con nobleza, no empujaban hacia delante. Los toreros estuvieron muy por encima.

Juan José Padilla cortó una benévola oreja al animal que abrió plaza. Fue un astado noble que iba y venía pero que salía del engaño con la cara alta y distraído. Lo mejor fue la estocada. Al cuarto, asaltillado de cuerna, lo cuajó el jerezano un buen tercio de banderillas. En el último tercio el de La Quinta no se empleó y Padilla sólo le sacó algunos pases alegrándolo con la voz.

El Juli tuvo un primero muy dulce pero de muy poca transmisión. Le hizo un bello quite a la verónica llevándolo muy despacio. Después pudo llevarlo en dos series en redondo con la diestra como a cámara lenta y otra al natural con mucha suavidad. Pero la condición del toro hizo que fuera imposible que el ambiente se caldeara.

Ante el manso quinto mostró su dimensión de figura del toreo. Se le escapaba la feria y no estaba dispuesto a irse de vacío. En otras manos, ese burel habría pasado sin pena ni gloria. No en las del torero madrileño.

Tuvo ese animal un punto de genio en el comienzo de faena. Puesto en el sitio El Juli, iba sacando los muletazos a un toro que mostraba desgana. Pero con el torero muy entregado, poco a poco la faena fue tomando cuerpo. Lo llevaba con limpieza, con gran solvencia. Así pudo incluso correrle la mano con largura, para culminar con un gran espadazo que le permitió pasear un meritorio trofeo.

Miguel Angel Perera no tuvo opciones de triunfo. El necesita mucho más toro. Su primero iba y venía con la cara alta. Firme y asentado el extremeño hizo el esfuerzo sin encontrar recompensa por lo deslucido del astado, incluso aguantando alguna colada.

El sexto fue un animal de nulas fuerzas. Perera no le podía bajar la mano porque se le caía, pero al llevarle a media altura quería puntear la franela. El diestro le hizo una faena larga, primero sobando al animal, para a continuación torear con templanza. No pudo ayer ser, pero los aplausos del público cuando abandonaba el coso premiaban una labor seria.