Ayer se cumplieron 61 años de la muerte del padre del toreo moderno, de quien cambió su senda para imponer, ya para siempre, la faena en redondo, ligada. Después de Manolete ya nada fue igual, y por eso los paseíllos en tal efemérides se llenan de añoranza.

Los diestros, por tal circunstancia, salen en Linares muy motivados, como los tres que ayer desfilaron, dos de ellos extremeños.

La corrida de Sorando ayudó, pero no en exceso. Tuvo una primera parte en la que se lidiaron tres toros, muy justos de fuerzas y celo, a la defensiva. Pero a partir del cuarto la cosa cambió, sobre todo porque los toreros justificaron el lugar que ocupan en el escalafón.

Qué no vería Enrique Ponce al cuarto toro, que había esperado en banderillas. Lo había toreado bien a la verónica ganando terreno hacia los medios. Lo brindó al público y se dispuso a hacer lo que a la postre sería una gran faena.

Todo lo hizo el maestro valenciano en función del toro, para mejorarlo. Y bien que lo consiguió. Inició el trasteo por abajo, sometiéndolo pero sin cortarle el viaje. Después se dispuso con la diestra a torear en redondo, de tal forma que las series fueron brotando una a una, hasta tres. Limpias por templadas, ligadas, arrebatadoras de estética. Era Ponce en estado puro.

Tomó al sorando al natural, pero por ahí protestaba. Por ello volvió a la derecha ya con el toro a menos, para cobrar un circular soberbio por largo. Llegaba el final de la faena, con pases cambiados bellísimos, no sin antes imponer su toreo al natural, con dos naturales de frente bellísimos.

Antes tuvo Ponce un animal sin ritmo, que tomaba una vez bien el engaño y a continuación protestaba, hasta que sin disimulo se fue a tablas.

Miguel Angel Perera mostró una gran dimensión ante el quinto, un astado que fue a más porque tuvo ante él una muleta de seda. Se quedaba ese animal corto en el capote y el diestro lo dejó crudo en el caballo. Inició la faena por alto, ayudándole. Después se puso con la diestra y la faena fue tomando cuerpo.

Allí estaba el Perera de serena madurez, el torero confiado en sus posibilidades, el que sabe dar tiempos a los toros y los lleva con extrema suavidad. Esperándolo, las tandas encontraban cada vez más eco en los tendidos. Fue esa una faena muy larga, en la que el toreo de cercanías sólo llegó cuando Perera había exprimido al burel en lo que es santo y seña suya: el toreo en redondo ligado.

El segundo fue un inválido al que sólo pudo torear con primor a la verónica. Perera le perdía pasos pero la faena no pudo tener relieve.

Alejandro Talavante cortó una oreja al sexto. Fue un toro que derrotaba al final del muletazo y que pronto se vino a menos. Talavante le hizo una faena intensa en cuanto a que las series se compusieron de muchos pases ligados en un palmo de terreno.

El tercero fue un astado protestón, de poca entrega. Lo mejor fue la disposición del diestro, firme y asentado ante un toro poco propicio al lucimiento.