Transcurrió la interminable y aburrida feria de San Isidro con la esperanza de que en ésta del aniversario lo iban a arreglar las figuras. Se les echaba de menos con tanta mediocridad como hubo que aguantar, de toros y de toreros. Se suponía que vendrían con ánimo y disposición, que traerían también cargadas "las pilas" de la inspiración, y se daba por supuesto la garantía de haber elegido toros en el campo por nota y configuración muy propicios para el triunfo. Quizás lo último se cumplió ayer, y eso hizo que se echara en falta lo anterior. Vaya con las figuras.

Ayer no tuvieron excusa. El Juli por no arriesgar lo debido, Manzanares por andar con los cables cruzados, y Perera, el único que se justificó toreando, sin embargo, por no matar bien.

El diestro extremeño mostró disposición, temple, seguridad y mando en sus dos faenas. Su toreo, despacio a límites insospechados --ese es el valor--, tuvo también especial aroma. Muy metido con sus dos toros, muy encajada la figura, pegó pases de extraordinario brillo.

Su primer toro duró la mitad de lo que hubiera hecho falta para un triunfo grande tal y como iba encarrilada la faena. También al sexto terminó costándole mucho arrancarse en la segunda parte. Y es que tanta firmeza de Perera, ojo, agota también a los toros que vienen tan justos.

Pero lo más censurable, su falta de tino con el estoque. Las crónicas de hoy se entretienen en otras carencias porque Perera no llegó a matar bien. De haberlo hecho, ahora todo se centraría en la Puerta Grande que se cerró con su propia espada.