TDtesde que publico mis textamentos en la prensa, más de uno me ha tachado de periodista. Nada más lejos de la realidad. En esta noble e intrépida profesión es necesario tratar la información con objetividad y veracidad, virtudes que me suenan a arameo. Lo mío es la ficción, donde puedo recurrir a la subjetividad y a la farsa --aunque a veces, a mi pesar, acabe compartiendo con el lector verdades como puños--. Truman Capote mezcló periodismo y ficción en A sangre fría para conseguir ese cóctel que llamaron nuevo periodismo , pero de cualquier modo su crónica no deja de ser literatura. No es mi objetivo, digo, retratar fielmente la realidad sino todo lo contrario: adulterarla, hacer de ella una muñeca rota entre mis manos. Si es cierto el aforismo "En la guerra la verdad es la primera baja", no ha de ser menos cierto que el hombre siempre está inmerso en una batalla. Con su jefe, con su cónyuge, con las facturas, consigo mismo. El hombre, por tanto, está en guerra permanente con la verdad. En fin, no tengo espíritu de periodista. Y mucho menos de corresponsal de guerra, oficio en el que, según Hemingway , hay que conservar el coraje, que "es la gracia bajo presión". Pero ¿qué coraje, si en una esquina del espejo del baño guardo el número de teléfono de Urgencias por si me corto durante el afeitado? Será que soy aprensivo. Dice mi madre que de niño, cuando venían visitas a casa, me escondía bajo la falda de la mesa camilla para no tener que saludar. Con estas credenciales no es de extrañar que mi madre siga sin identificarme cuando ve mi foto en el periódico. textamentosgmail.com