La central de Fukushima sigue más ligada a la prensa diaria que a los libros de historia que han de recordarla por ser el escenario del peor desastre nuclear tras Chernóbil. La planta no ha dejado de emitir noticias alarmantes desde que fuera barrida por el tsunami del 2011. La pasada semana, la filtración de 300 toneladas de agua muy contaminada de un tanque al terreno circundante justificó que la Autoridad de Regulación Nacional (NRA) elevara la alarma del nivel 1 de "anomalía" al 3 de "exposiciones que multiplican por 10 o más los niveles admitidos para los trabajadores", en una escala con un máximo de 7. Cada contratiempo resucita los temores atávicos en el único país que ha sido víctima de un ataque nuclear.

El fin de la pesadilla se intuye lejano por la dificultad de gestionar una situación sin precedentes y la ineptitud de Tepco, la empresa propietaria de la planta. Desmantelar Fukushima es un reto mayúsculo. Tras el accidente se abrió el debate de qué hacer con ella. Algunos sugirieron la drástica solución aplicada en Chernóbil en 1986: encerrarla en un muro de hormigón. Pero las diferencias entre la central ucraniana y la japonesa llevaron a desestimarla.

La hoja de ruta prevé el desmantelamiento de la central en 40 años. Primero se eliminará el combustible usado que se almacena en las piscinas de enfriamiento de los reactores; la próxima década se retirará el material fundido en el interior de los reactores, y en las siguientes se limpiará la radiactividad en las cercanías de la planta y de las poblaciones en la zona de exclusión y se tratarán los desechos peligrosos.

Decidir y pactar el plan

Neil Hyatt, profesor de Química y Materiales Nucleares de la Universidad de Sheffield (Reino Unido), subraya la dificultad de limpiar una central dañada. "La estrategia se ha de decidir y aplicar de inmediato, desde cero. Algunas soluciones son forzosamente improvisadas: el último vertido de agua contaminada llegó de tanques temporales que se instalaron rápidamente para lidiar con los grandes volúmenes de agua proveniente de los reactores dañados", sostiene. En total, de los más de 1.000 tanques que se instalaron tras el desastre para acumular agua, 350 son iguales al que ahora sufre filtraciones. El vicepresidente de Tepco, Zengo Aizawa, pidió ayer perdón públicamente por el asunto.

El problema más acuciante son las 400 toneladas de agua que se emplean diariamente para enfriar los reactores y que, una vez contaminadas, son bombeadas hacia los tanques. Los primeros fueron fabricados enteramente de acero, pero las ingentes cantidades de líquido aconsejaron utilizar juntas de plástico para ganar en velocidad. La rotura de una de esas juntas está detrás del último vertido y los operarios vigilan el resto de tanques por temor a más fugas. Los expertos aconsejan regresar a los originarios, más robustos, y acelerar la descontaminación del agua para que pueda ser vertida al océano cuando cumpla la regulación ambiental. Existen procedimientos químicos, ya usados en la limpieza de detergentes, que eliminan los elementos más dañinos.

Fukushima enfatizó la necesidad de la transparencia en un sector turbio. La NRA fue creada en septiembre del 2012 como un ente independiente en sustitución de la Agencia para la Seguridad Nuclear e Industrial, que depende del Ministerio de Industria, tradicional trovador de los beneficios del átomo. En el punto de mira está Tepco, mascarón de proa del sector y empresa abonada a los escándalos. Su presidente dimitió en el 2000 después de que a un trabajador se le ordenara borrar unas imágenes de grietas en las instalaciones. La compañía reconoció haber falseado informes de seguridad, elevando fugaces reconocimientos a exámenes exhaustivos. Y admitió que 11 días antes del tsunami no había revisado 33 piezas de la central. Era habitual que su presidente alardeara ante la junta de accionistas de recortes presupuestarios en seguridad. También retrasó hasta lo irresponsable la refrigeración de los reactores con agua salada porque sabía que los arruinaría.

Un minuto de telediario

Su gestión en estos dos años y medio, tan inepta como opaca, ha minado la paciencia de la población y del Gobierno. Shinzo Abe, el primer ministro, decidió el mes pasado tomar las riendas y acabar con el monopolio de Tepco en la resolución del problema. "Si solo fuera un problema técnico y el Gobierno aceptara la ayuda de expertos internacionales, la situación no sería tan grave como lo es ahora. Pero el Gobierno pretende que el problema no es serio", señala James Cole, físico de la Universidad de Tsukuba. Cole recuerda que el miércoles, cuando se conoció el último vertido, los informativos de la televisión nacional abrieron con un reportaje de béisbol de siete minutos, siguieron con Egipto y dedicaron apenas un minuto a la central.

El tsunami provocó casi 20.000 muertos y desaparecidos. Los expertos subrayan que la radiactividad no ha causado todavía ni un muerto ni un herido. Las últimas fugas, las más peligrosas desde el desastre, tampoco ponen en peligro la salud pública, asegura Hyatt. "Para que hubiera una significativa exposición de la población, sería necesario que la radiactividad superara los límites de la central (nivel 4). Pero no hay ninguna evidencia de que eso vaya a ocurrir", añade.