Después de negarlo durante más de una década; de afirmar que aquellos niños no habían fallecido por culpa de su fármaco sino por las enfermedades que entonces, a mediados de los 90, hacían estragos entre la población nigeriana; de, según denunciaron los abogados de las víctimas, dilatar y seguir dilatando el proceso judicial hasta el cansancio; la multinacional farmacéutica Pfizer ha reconocido --al menos tácitamente-- que actuó al margen de la ley cuando en 1996 mandó a un equipo a Nigeria a probar un medicamento para curar la meningitis. El irresponsable arrojo de la compañía estadounidense, que utilizó sin permiso a 200 niños, acabó con la muerte de 11 de ellos y toda clase de gravísimos problemas para los demás.

Ese reconocimiento tácito ha quedado consignado en la decisión de la empresa, hecha pública el viernes, de pagar 55 millones de euros con la condición de que los afectados retiren la causa. El estado de Kano, de donde procedían todos los pequeños, reclamaba 2.000 millones, así que, al menos comparada con esos objetivos iniciales, la indemnización es exigua. Pero la causa que abrió más tarde el Gobierno nigeriano, pidiendo 7.000 millones, sigue abierta.

El medicamento se llamaba Trovan. Era 1996 y la empresa que hoy preside Jeffrey Kindler envió un equipo a la miserable ciudad de Kano con la misión de probarlo. El lugar estaba siendo asolado por una triple epidemia de meningitis, sarampión y cólera, y había centenares de personas agolpadas en las puertas de los centros médicos; los enviados de Pfizer instalaron un campamento al lado de otro de Médicos Sin Fronteras y disfrazaron su actividad de misión humanitaria. De la muchedumbre agolpada frente al Hospital de Enfermedades Infecciosas de Kano escogieron a 200 niños para llevar a cabo las pruebas; la mitad fueron medicados con Trovan, y la otra mitad, con el fármaco contra la meningitis de una empresa rival. Los 11 niños murieron, y aprovechando el caos que reinaba en el país, los técnicos de Pfizer tomaron el avión y volvieron a casa.