THtabla el escritor chileno Hernán Rivera Letelier en su última novela, El Fantasista , sobre la importancia de las pichangas en la vida de los habitantes de las oficinas salitreras de La Pampa. Partidos de fútbol sin reglas, desordenados, en cualquier tipo de cancha y en los que pueden participar hasta veinte componentes por equipo. Todos detrás de una pelota con el objetivo de darle un arreón al esférico. La pichanga, según Letelier, es la forma de evasión de los pobres y una de las pocas cosas que son reflejo de la vida, ya que en el terreno de juego puede aparecer lo mejor y lo peor de cada persona. Tiene Chile una conexión especial con Extremadura. No sólo por Pedro de Valdivia . También por las pichangas. Las pachangas, como las decimos aquí. Recuerdo que de pequeño bastaba que apareciera alguien con un balón (mejor si era reglamentario y del último mundial) para que se formaran dos equipos repletos de jugadores corriendo tras la pelota. Había que saber jugar pachangas, de lo contrario, era posible que no se llegara a tocar el esférico nunca y sólo se recorriera la improvisada cancha de un lado a otro gritando como poseso para conseguir que alguien te pasara el balón. Nada importaba, porque al final ganábamos todos. Las pachangas eran una de las mejores formas de socialización que he conocido y, coincido con Letelier, también un reflejo de nuestra sociedad. Todo lo que ha ocurrido con ETA me ha parecido una auténtica pachanga. Dos formaciones repletas de componentes corriendo tras un alto el fuego, desordenados, sin reglas y jugando en cualquier tipo de terreno. Lo único importante era darle un arreón a lo que se pusiera por delante. Pero aquí, al final, la pachanga la hemos perdido todos.