Ocho minutos después de tomar las 12 uvas, Francisco Peromingo Hoyo salió a la terraza de su casa para disfrutar del espectáculo de petardos y cohetes con el que los vecinos de su barrio madrileño dieron la bienvenida al 2003. Lo último que esperaba encontrar era la muerte, pero un disparo en la cara acabó con su vida.

Francisco trabajaba como obrero y repartidor, tenía 39 años, estaba casado con una maestra y era padre de dos hijos menores de edad. Sus vecinos los llamaban "los nuevos" porque apenas llevaban ocho meses viviendo en el número 20 de la calle de Los Andaluces, en el distrito del Puente de Vallecas. "Qué mala suerte. Qué asco, hija. Es horrible. Era un hombre muy normal", explicó ayer una vecina.

"Se han dicho muchas cosas, pero este barrio no es una mala zona. Aquí somos los de siempre", añadió la vecina con la intención de echar por tierra la mala fama de Vallecas.

La policía, que todavía no ha detenido a nadie, tampoco tiene muy claro qué pudo pasar. Los agentes se plantean todas las opciones, incluida la posibilidad de que "un pirado" pegara tiros a diestro y siniestro para celebrar la Nochevieja. La bala que mató a Francisco --que vivía en el tercer piso-- no fue la única que salió disparada del arma homicida. Otro impacto alcanzó la terraza del segundo piso y se clavó en la pared, aunque no hirió a nadie.

Por último, una tercera bala fue localizada por el propietario del segundo piso del portal contiguo al de Francisco. El proyectil rompió la ventana de la habitación donde duerme la hija menor del matrimonio que, en aquel momento, no se encontraba en su cuarto.