THtace días les hablaba de la isla de Sálvora y les contaba que una visita que hice a su faro fue el instante más armónico de mi vida, mi soliloquio más intenso frente a la belleza. Si tuviera que hacer una lista de encuentros con la armonía, uno de esos Top-10 tan de moda, el segundo éxtasis delicioso me llegó por sorpresa en Belgais, cerca de Castelo Branco, más exactamente en el cortijo tradicional portugués que la pianista María Joao Pires ha convertido en un centro de pedagogía musical. Visitaba a la Pires en compañía del fotógrafo Francis Villegas y llegó el momento de retratarla. Ella y su colega, el pianista brasileño afincado en París Ricardo Castro, se sentaron ante un piano Yamaha e improvisaron, a cuatro manos y mirándose arrobados a los ojos, un impromptus de Schubert para Francis y para mí. Fue mágico: en el silencio abovedado de un pequeño auditorio de piedra, la música se expandió delicuescente y no me da ninguna vergüenza confesar que lloré.

Días después de nuestra visita, llegaban a Belgais los ingenieros de sonido de la compañía discográfica más importante en el mundo de la música clásica, Deutsche Grammophon , para grabar en la iglesia de la Cartuxa de Caxias el nuevo disco de María Joao Pires, interpretando a cuatro manos con Ricardo Castro rondós, sonatas y otras obras de Franz Schubert. El disco acaba de salir a la venta, son dos cedés , pero en Cáceres no se puede comprar. Como saben, en la ciudad aspirante a capital europea de la cultura es imposible comprar música clásica.