Fácil e instructiva, así puede calificarse la lectura de El trauma de los langostinos tuertos (Avant), un libro en el que Rossend Doménch analiza la cultura de los alimentos y la falta de control y transparencia que hay, tanto en España como en otros países, sobre los mismos, haciendo hicapié sobre los que producimos y comemos; países en los que se habla, y mucho, de gastronomía pero poco se tiene en cuenta la calidad de las materias primas que se usan en las cocinas, lo que, a su juicio, constituye la gran batalla mundial sobre la alimentación.

Otra de las cuestiones sobre la que incide este periodista, que trabaja en Roma para el Periódico de Cataluña y el Exprreso de Portugal, es que hay que «enseñar y conocer también cuál es la mejor manera de prepararlos para conservar las sustancias que llevan los alimentos» y pone como ejemplo el mal uso que se hace de los microondas «cuando se sabe que esos aparatos no cocinan, sino que destruyen la estructura del alimento, transformándolo en comestible», de ahí su reiterada apuesta a lo largo de 119 páginas por el control y la transparencia.

Recomienda a los consumidores tener tiempo para buscar alimentos sanos y buenos, ya que estos «condicionarán toda su vida y capacidades, trabajo y afectos incluidos» y propone además educar a los clientes, es decir a los consumidores, para que compren estos productos, conciendiándoles para que, en lugar de adquirir, por ejemplo, un pan o dulce de bollería industrial lo hagan de panadería.

Predice Doménech que dentro de unos años las urgencias se colapsarán a causa de enfermedades contraídas por la baja calidad de los alimentos y de hecho, afirma que «si se comprase menos comida, pero mejor y más sana, se evitaría una buena parte de las intolerancias y alergias», añadiendo que en muchos casos, «no hay muchas intolerancias a frutas y verduras, sino a unos vegetales repletos de pesticidas, fungicidas y plaguicidas»,

Se muestra además crítico con los productos ecológicos mal entendidos, instando a las autoridades a ponerse «firmes, ya que tal vez descubrirían que muchos cultivos ecológicos en realidad no lo son». También reclama prudencia con los transgénicos, apuesta por la agricultura tradicional frente a la industrial («no pueden funcionar bien si no existen controles continuos y tal vez permanentes») y hace una defensa de la huerta familiar, sobre todo porque «no debería dar igual come una cosa u otra», porque, razona, «comer bueno y sano es saludable, A parte del hecho de que comer mal entristece».

Comer es un placer

Este periodista que fue, Junto con Antonio Asensio, uno de los que inició Interviú, parte en las primeras páginas de la afirmación de que comer es un placer y una necesidad a la vez, habla de la cultura alimentaria y cita como caso el hecho de que no todo el vinagre de Módena que se vende como tal lo es y hace una acérrima defensa de la dieta mediterránea para combatir la obesidad, contribuyendo de esta manera a reducir, con el tiempo, las enfermedades cardiovasculares rebajándose los costes de la sanidad pública.

La biodiversidad, es decir la riqueza de la variedad de semillas y productos que hay en la naturaleza, es conveniente y necesaria, opina Rossendo Doménech, como también lo es acompañar, insiste, los productos y comidas del etiquetado correcto, pues «las etiquetas deben dar informaciones inteligentes y comprensibles, lo que no siempre sucede», resalta.

En el segundo capítulo alude a que no es lo mismo la calidad de los alimentos que la gastronomía, entendiendo esta segunda como la elaboración y presentación formal de los alimentos y resalta que la proliferación de los programas para enseñar a cocinar ha crecido de manera paralela a la bajada de la calidad de las materias primas, destacando que «no son educativos», recomendando a los jóvenes que antes que aspirar a ser cocineros «aprendan a comer bien y sano», argumentando que «los alimentos condicionan durante toda la vida el buen y el mal funcionamiento del cuerpo y de sus órganos» incluso hasta el «humor».

Menos agresividad

Profesor en universidades italianas sobre temas agrícolas y alimentación y cultivador de tomates autóctonos de todo el mundo (¿conocerá los de Miajadas y el Alagón?), Doménech hace varias conclusiones y una de ellas valdría para cerrar este texto y es en la que afirma: «Si las personas comieran mejor, los sistemas sanitarios tendrían menos trabajos, costarían menos, y, de paso, no habría tanta agresividad y las frustraciones serían afrontadas con una actitud más positiva», o tal vez esta en la que dice que es necesario el compromiso de los ciudadanos, «porque el acto de comprar comida ya es una toma de posición». De esta forma, tal vez, entre todos contribuyamos a lograr que no haya más langostinos con el trauma del ojo tuerto, que no es otro que el que infligen a las hembras infantiles pasándolas rápidamente por unos aparatos que les tronchan uno de los ojos, consiguiendo que se vuelvan adultas antes y pongan huevas mucho antes.