THtace tres años, hice un estudio sobre los autobuses urbanos en España y el resultado fue desalentador para Plasencia: ofrecía la peor relación calidad-precio de las ciudades estudiadas. La situación no ha cambiado: los microbuses urbanos placentinos siguen acongojando. En realidad, no se sabe si acongojan o emocionan. Uno los ve renqueantes al pie de la muralla y cree estar viendo Calle Mayor , Plácido o alguna otra maravilla neorrealista. Son tan viejecitos, sus motores padecen una tosferina tan antigua que acaban sugiriendo ternura y aplacando la ira de ese cronista municipal que todos llevamos dentro.

Para mí que los autobuses urbanos de Plasencia ya estaban ahí hace 40 años, cuando cruzaba la ciudad en el Renault 4-4 de mi padre camino del veraneo en Candelario. Después, durante 20 años, en los regresos de Navidad y Semana Santa, cruzaba Plasencia rezando para no encontrármelos y quedarme embotellado. Desde que hay circunvalación los veo menos. Pero a veces me detengo en la ciudad y sólo con oírlos me puede la nostalgia. Como no soy usuario, puedo permitirme esos dislates líricos, pero si tuviera que depender de ellos para trasladarme, hace tiempo que habría montado en cólera. La alcaldesa me aseguró que pronto se modernizaría el servicio y así será: en enero habrá siete nuevos autocares, aunque seguirán tres antiguos. No me parece mala idea: pueden convertirlos en un atractivo turístico, como las diligencias en Almería, los landós en Brujas o los tranvías en A Coruña.

*Periodista