He vivido los últimos días entre la vitalista sonoridad del festival Play Cáceres y la lectura silenciosa de El libro del desasosiego , obra inmortal en la que el gran poeta portugués Fernando Pessoa se abría en canal ante el lector en una época en la que precisamente carecía de lectores. Dos mundos bien diferenciados (el jolgorio en la calle y el silencio en el hogar) que no tienen por qué estar reñidos. O al menos eso pensaba yo mientras abandonaba por momentos esas páginas llenas de tedio --y no por ello tediosas-- y corría a presenciar los bulliciosos conciertos de Noa o Raimundo Amador .

Me gustan esos contrastes: ruido y silencio, conversaciones impetuosas y soledad, la soledad entre la multitud y la buena compañía de la soledad. Así que, navegando entre dos mundos, mientras leía joyas como Considero la vida como una venta donde tengo que esperar hasta que llegue la diligencia del abismo o Todo me interesa y nada me cautiva , me dejaba seducir por la música de los conciertos que llegaba hasta el pequeño estudio de mi casa. Pero luego, al poco de llegar a la cacereña plaza Mayor, sentía deseos de regresar a la paz de El libro del desasosiego . Es como desear la lluvia cuando hace sol y desear el sol cuando llueve, añorar lo dulce en lo amargo y lo amargo en lo dulce.

Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo, solo como siempre yo he estado, solo como siempre estaré , se confesaba Pessoa. Incapaz de asumir esa serena tristeza sin combatirla, he tratado de hacer equilibrios imposibles buscando cierto silencio poético en el Play Cáceres y la algarabía musical en las poéticas reflexiones de Fernando Pessoa.