TLtas listas dicen mucho de la personalidad de la gente. Se puede saber cómo es alguien examinando sus listas de la compra o de tareas pendientes. Las listas ordenan el mundo. Desde niños colocamos todo en series, los días de la semana, los continentes (no muy claros, recuerden Eurasia), y las capitales de Europa (menos claras todavía). Ese orden tranquiliza, sin pasarse, no hay que llegar a los reyes godos pero sí a esa cantinela hermosa que ayuda a conciliar el sueño, que nos hace vivir en un mundo en el que al lunes sucede siempre el martes. De todas las listas a mí me gustaba la de los planetas, cada uno con su nombre de dios, incluso de los feos, porque contábamos a Plutón.

Ahora lo despachan de un plumazo, pobre, como un sustituto, como si no fuera difícil haber entrado en el sistema. Yo entiendo que habrá motivos, que si el diámetro, que si el tamaño (para que luego digan que no importa) o vete tú a saber, pero de ahí a llamarlo planetoide, yo creo que hay un mundo. No suenan bien las palabras terminadas en oide, son como eternos aspirantes a un título, equipos de tercera regional lejos de la liga de los campeones. Dan tristeza.

Hay que ajustar libros de texto, planetarios y fantasías infantiles. Y él sin enterarse, en su órbita, ajeno al revuelo. Si todos los planetas son como este, no me extraña que ni se inmute. Puestos a elegir, prefiero ser satélite, cometa o simple polvo espacial. Ahí tienen a la luna, tan ancha. Sin Líbanos ni Marbellas. A lo mejor porque no está habitada. Con la de terrenos por recalificar que habrá. Ya llegará. Por lo pronto, ya hemos recalificado a Plutón. Tiembla Seseña.