El factor socioeconómico pasa factura médica. Las personas con menos ingresos acuden seis veces más al médico de cabecera, presentan más riesgo de ciertas enfermedades, desde mentales a cardiovasculares, y tienen mayor tasa de suicidio. Incluso acortan su esperanza de vida. Una desigualdad en salud que existe desde siempre pero que ha visto ahondada la brecha desde la crisis económica, y que se ha convertido en la principal enfermedad del siglo XXI.

En el caso de España, no se trata de desigualdad en el acceso a la salud, sino más bien que «los problemas sociales se derivan a problemas médicos», explica Ildefonso Hernández, miembro de la Sociedad Española de Salud Pública (Sespas). A menos ingresos se corresponde peor calidad de vida: alimentación más deficitaria, sedentarismo, dificultad para acceder a determinados tratamientos (especialmente dentistas o fisioterapeutas), y sobre todo problemas de depresión y ansiedad.

La salud mental fue la primera en evidenciar los efectos de la crisis, destaca. Y es que muchas veces, tras un dolor muscular subyace un problema familiar o de inseguridad laboral, «que no se soluciona solo con pastillas». De ahí que reclame una atención más integral, como recoge la Estrategia Nacional de Equidad en la Salud, presentada por el Ministerio de Sanidad en el 2008 pero paralizada, asegura, tras la llegada del gobierno del PP.

Las personas con menos ingresos acuden seis veces al año al médico de cabecera, mientras que aquellos con más recursos lo hacen solo dos, según un informe del Centro de Estudios Andaluces del 2017. También influye en la percepción de la enfermedad: uno de cada tres andaluces con menos ingresos reporta mala salud, cifra que no llega a uno de cada 10 entre los de ingresos más altos.

En el centro de salud de Las Albarizas, en Marbella, tienen claro que a menos recursos, más frecuencia de visitas. «Es el acceso más cercano que tienen», justifican al unísono Cristina Ramírez, epidemióloga del Distrito Sanitario Costa del Sol, y Antonio Hernández, médico de atención primaria, su principal red de apoyo, dado que además hay una atención social que enlaza con programas de ayudas.

Hernández atribuye también esa frecuentación a una menor cultura sanitaria, muy vinculada al nivel educativo. Les cuesta concebir que la forma de vida sea causa de sus enfermedades. «No tienen conciencia de que zamparse dos bolsas de patatas fritas sentados en un sofá, sin actividad física alguna, condiciona su salud».

La población con menos recursos se medica más, y es más propensa a dolencias cardiovasculares porque se cuida menos. En contraste, durante los años más duros de la crisis, se pedían menos bajas, «existía un cierto miedo al despido» que ahora se ha relajado un poco. En su experiencia, más que prevalencias de ciertas dolencias, se trata más bien de «más dificultad de control». La pobreza también está relacionada con una reducción de la esperanza de vida de más de dos años entre los 40 y los 85 años, una cifra mayor que por el consumo de alcohol, la obesidad o la hipertensión.