Estaba preocupada ante la posibilidad de que mi lucha con la ortografía fuera en parte a parar a un saco roto, pero he respirado tranquila. Eran más los ruidos previos que las nueces finalmente recogidas. No habrá grandes cambios y, al menos, los que informaciones de prensa publican, no son sustantivos.

Me preocupaba porque (quizás ya lo he contado) el hecho de haber nacido zurda hizo que, durante mucho tiempo, me peleara con las reglas de la escritura. De pequeña en el colegio mientras mis compañeras comenzaban su incursión en ese proceloso mundo, yo estaba en el fondo de la clase obligada a escribir con la derecha para corregir mi anomalía congénita. Todas avanzaban y yo quedaba estancada, esforzándome para poder llegar a ser diestra como ellas, para enderezar mi cerebro que, según las monjas, estaba torcido, como el del demonio. En fin, el absurdo de una época que retrasó mi aprendizaje en la correcta aplicación de tildes, letras y signos de puntuación.

Cuando he comenzado a oír que las Academias de Lengua Española querían introducir modificaciones ortográficas, me acordé de aquellos años, y de las secuelas que me dejaron tantas horas de copiar con la mano derecha la picuda caligrafía del colegio mientras las otras niñas hacían dictados. Ellas aprendían y yo acumulaba un retraso que me costó tiempo y lágrimas superar.

Al final no ha sido nada. La Asociación de Academias de Lengua Española nos recomienda que no pongamos algunos acentos, poca cosa. Incluso hay uno que me alegro que desaparezca, el del adverbio sólo. Ahora se nos recomienda vivamente que no le pongamos tilde. Mejor, porque me traía de cabeza. No ha sido para tanto. Es cierto que hemos perdido dos letras del abecedario, pero la verdad es que una de ellas, la ch , siempre me la he saltado.