TPtese a mis carencias oratorias --que vienen a ser parecidas a las de cualquier ciudadano de a pie--, hoy me atrevo a alertar desde esta esquina de prensa contra ciertas tendencias cansinas que observo --es decir, escucho-- en el día a día. Y eso que por suerte empieza a desvanecerse poco a poco la moda del ¿Vale? de confirmación que muchos hispanohablantes introducen compulsivamente en sus frases para contrastar que su interlocutor no es idiota y logra procesar la información que se le está dando. Pero si hay un tic oral que me pone nervioso es el de la verdad es que , una coletilla que en los últimos tiempos se emplea en la lengua española (en su modalidad oral y por contaminación también en la escrita) con la misma frecuencia con que se utiliza el ajo o la cebolla en la cocina mediterránea. Es decir: casi siempre y para casi todo. Resulta difícil escuchar una entrevista en la radio o en la televisión en la que el entrevistado de turno no comience su discurso encadenando esas cuatro palabras que, bien mirado, no significan nada. La verdad es que hemos jugado un buen partido. La verdad es que estoy muy contento con este premio. La verdad es que el presidente ha estado ambiguo , etcétera. Intuyo que la verdad es que se ha convertido en una pócima milagrosa psicológica que le ayuda al hablante a liberar ciertas dosis de ansiedad. Su uso ha alcanzado de lleno también a algunos de mis amigos, incapaces de mantener una conversación si no introducen la pócima a cada frase. El resultado es que la inicial intención confesional de este giro lingüístico ha acabado por banalizarse, perdiendo así su razón de ser.