Antes duraban toda la vida como fueron los casos del rey Sol o Felipe II , pero eso queda muy antiguo. Lo normal hoy es la elasticidad. O sea, que uno ya no nace poderoso. Aunque lo hagas en una casa real, porque estos reyes --reliquias-- son un poco de papel cartón y su poder también, excepción hecha de los Windsor , que todavía mandan muchísimo. El poder existe, pero más repartido e intercambiable. Ya no lo da la sangre azul. Lo da el dinero, la consideración pública, los nombramientos, las influencias, los votos ciudadanos. Casi nunca es para toda la vida, especialmente porque los más frecuentes son poderes otorgados, no heredados ni ganados a pulso. Lo normal es saber que están cedidos por un tiempo. Lo sabemos bien los que jamás hemos sido poderosos ni pretendemos serlo. Y, sin embargo, se les olvida siempre a los poderosos, en especial si son políticos. El poder otorgado --incluso los poderes pequeños-- es, en principio, una cosa amable que debes administrar para el bien tuyo y de otros. Sucede de este modo cuando empieza y todo es nuevo. Luego, cambia a peor. Sus beneficios se diluyen en el tiempo dando paso a formas oscuras del poder que engullen al poderoso convirtiéndolo en déspota y/o en loco inútil dedicado a su propio provecho. Pasa, sobre todo, con los que han dominado el cotarro durante años y años. Como este PSOE nuestro de cada década que ha traído tanto político de sangre azul. Llega un día en que el iluminado se cree ungido por la gracia de dios, que el poder le pertenece porque sí y se agarra a él con súperglu. Hasta Napoleón , que fue tan poderoso, terminó hecho un asquito y exiliado. Así que, fuera antiguallas. ¡Si Vara ni siquiera ha sido emperador!