THtay versos que se quedan grabados para siempre, a Luciano Feria le debo uno de los más sobrecogedores que he leído nunca: No me dobles la muerte Dios mío (De la Otra Ribera, 2004), y a Félix Grande , uno de los más definitivos: Comprométete o calla, ven o vete (Las Rubáiyátas de Horacio Martín, 1978). También hay imágenes que se quedan. Las que protagonizó Evo Morales , jurando como presidente de Bolivia con el puño en alto, y recibiendo la bendición de los sacerdotes indígenas, en la ceremonia de bendición por el rito aimara, merecerían un hueco en nuestra memoria. El nuevo presidente del país andino no se hizo esperar: se comprometió, no calló, y acudió allí donde sus electores querían verlo, al lado de su pueblo indígena.

Decía Baudelaire que "no hay entre los hombres más que el poeta, el sacerdote y el soldado. El hombre que canta, el hombre que bendice, y el hombre que sacrifica y se sacrifica". Después de las imágenes de estos días, al presidente boliviano se le podría identificar con los tres: con el poeta, que canta los sueños de libertad y prosperidad de los marginados, humillados y despreciados ; con el sacerdote, que se dirige a la multitud de indígenas concentrada en las ruinas de Tiahuanaco llamándoles hermanos ; y con el soldado, que quiere acabar con 500 años de injusticia y de colonialismo .

Ojalá que este hombre, que ha despertado los sueños de muchos otros que antes no se atrevían siquiera a levantar la mirada, no les obligue a decir lo que el poeta extremeño escribió con tanto desgarro: No me dobles la muerte Dios mío.