A principios del siglo pasado, en una aldea de Galicia, quisieron instalar una fábrica de luz eléctrica. Resulta que el dueño de la tal fábrica tenía como enemigo declarado a un cacique de la zona, el cual, un punto más listo que el demonio, tuvo la ocurrencia de hacerles creer a los aldeanos que la electricidad provocaba calvicie, cáncer de piel, la muerte y aún cosas peores. El de la fábrica, claro está, se arruinó, y el pueblo vivió algunos años más entre tinieblas, cosa que al cacique sólo remordió levemente en la conciencia. Esto lo cuenta Cela en La Rosa y es sólo un ejemplo de las consecuencias de tomar como palabra de ley las pamplinas que suelta cierta gente.

Dos artículos he leído esta semana que me han hecho recordar este episodio. Son artículos en los que, tratando de socorrer a las corridas de toros de sus detractores catalanes, ponen, como defensa, el peso de la tradición y las palabras de Lorca, Dámaso o Alberti . Dos argumentos muy lucidos; pero, a mi entender, más larga tradición tiene la esclavitud, la explotación infantil o el la maté porque era mía , y, no obstante, están cayendo en desuso. En cuanto a lo de los poetas, baste recordar que Homero elogió a la guerra, que Pitágoras creía en la transmutación de las almas, que Cicerón predicaba la concordia rodeado de esclavos, que muchos sabios tomaron a Galileo por un chiflado, que Leopoldo Panero creyó en Franco y Alberti creyó en Stalin . Es decir, que no es incompatible ser muy poeta y muy sabio y decir gilipolleces muy gordas. Tendrían que buscarse otros argumentos. Pasar por jurisprudencia las palabras de los poetas no es serio ni torero. Lo honesto sería tomar el toro por los cuernos y, con la vista al tendido, admitir: disfruto como una bestia mirando morir a un bicho.