A los 12 años, vestía muertos en la funeraria de su padre en Ourense. Y con más de 30 de oficio en la policía, el inspector jefe Castor Vázquez se enfrentó este verano a la investigación más compleja de su trayectoria profesional. Responsable de la brigada judicial de la comisaría de Santiago de Compostela, le tocó junto a su gente investigar y gestionar una de las peores catástrofes ferroviarias de la historia de España. El accidente del tren Alvia que la trágica noche del 24 de julio descarriló en la curva de Angrois. De las 226 personas que viajaban en ese maldito tren, 79 murieron.

Castor siempre quiso ser policía. En 1985, con 20 años, ya era inspector y, tras unas primeras prácticas en A Coruña, logró un destino en la comisaría de Sabadell. Allí, trabajó 15 años. "No había mes sin accidente ferroviario", recuerda. Se especializó en labores de policía científica "por aquello de los muertos de la infancia". Y en 1999 se incorporó en la comisaría de Santiago como responsable de la policía judicial. Ocho años con unas estadísticas de delincuencia que sitúan Santiago, con sus 100.000 habitantes y otros 25.000 de población flotante, como una de las ciudades más seguras.

En este tiempo solo ha tenido dos homicidios. Un ajuste de cuentas entre bandas de narcos, y el crimen, hace dos años, de una abuela y sus gatitos. El asesino, el sobrino de la víctima, se entregó al día siguiente.

Participó en la investigación del robo del Códice. "Sin duda fue un gran caso". Pero nada es comparable con la magnitud del accidente de un tren, y enfrentarse a la identificación de 79 muertos y asistir a los 147 heridos, y a los familiares de todos.

Este inspector jefe y todo su equipo han sido la pieza clave en la confección de unas diligencias que ha instruido el comisario José Luis Balseiro y que han logrado que sean objetivas, pulcras y rigurosas. "No hay juicios de valor. Nos hemos centrado en los hechos, sin más".

Sobre la mesa redonda del despacho de Castor Vázquez destacan dos tomos de diligencias, y otros dos con las notificaciones de devolución de enseres. Las víctimas y sus familiares han sido los protagonistas de una labor policial que puso a prueba la capacidad de esta pequeña comisaría local. Han aprobado con nota.

Todos los supervivientes y familiares que han querido tienen el número de móvil de este policía. Hace dos semanas, una mujer le telefoneó para conocer en qué vagón viajaba su suegra, fallecida. Estaba reconstruyendo las últimas horas de vida de la mujer y necesitaba saber quién se sentaba a su lado, si sufrió al morir, si pudo decir algo, si dedicó unas últimas palabras... "No sabíamos en que vagón viajaban los fallecidos. Tras el accidente fue imposible numerarlos". La semana pasada consiguió reconstruir el orden con la ayuda de fotografías tomadas tras la colisión. La numeración debía coincidir con el lugar en el que fueron desalojados los heridos que pudieron recordar el vagón en el que iban. "Nada fácil, se lo aseguro".

Mano entre los vagones

Seis veces en las últimas semanas acudió Castor al solar en el que se guardan los vagones. "Recuerdo el olor". Un mezcla que le resultaba familiar de sangre, desesperación, horror y dolor de la que le costó desprenderse varios días. En las primeras inspecciones recuperaron restos humanos. El último, una mano.

Tras el accidente, tardó 48 horas en poder ir a su casa a ducharse. No cruzó ni una sola palabra sobre el accidente ni con su mujer, ni con su hija. Le conocen bien y saben que mejor no preguntar. La primera semana no durmió más de 10 horas. Las noches siguientes, su cabeza repasaba todo lo que le quedaba por tramitar. No podía pegar ojo. "Las imágenes no me martirizan. Estoy muy acostumbrado a la muerte. Me pesa mucho más el dolor de los vivos".

En apenas un mes, la comisaría de Santiago, con el inspector jefe de extranjería a la cabeza, gestionó la entrega de 270 objetos. Nadie pudo evitar derrumbarse y llorar al recoger los enseres. Apenas quedan ya una veintena de cosas por devolver. Los que perdieron a un ser querido se aferraban al último objeto que su gente tocó antes de morir. Y los supervivientes vomitaban en los despachos el miedo pasado, y se avergonzaban de la alegría que sentían de estar vivos y poder contarlo.