Nada especial en la despedida de Luis Francisco Esplá, ayer en Zaragoza, por culpa de los deslucidos toros del Puerto de San Lorenzo, en una corrida en la que Enrique Ponce cortó una oreja inventándose una notable faena a su primero, mientras que el extremeño Miguel Angel Perera tuvo una de sus tardes más aciagas, al escuchar los tres avisos en su primero.

Adiós de Esplá a los ruedos en España. Al cabo de treinta y tres años de la alternativa que tomó en esta misma plaza, su carrera deja poso de maestría. Más allá de la vistosidad y variedad de su toreo, Esplá ha sido notable referencia de torería por su enciclopédica inquietud de rescatar de la historia suertes olvidadas que en la modernidad vuelven a tener vigencia.

Zaragoza se lo agradeció ayer antes de saltar el primer toro entregándole una placa y sacándole a saludar. Las ovaciones que le acompañaron también a lo largo de la tarde fueron asimismo de gran aprecio y reconocimiento. Lástima que por los toros del Puerto no se pudo celebrar como acontecimiento.

Siempre a la defensiva su primero. Anduvo airoso con capote y banderillas, y fácil y muy seguro en lo poco que duró el toro en la muleta. El manso cuarto no merecía el honor de ser el de la despedida. Se vino todo abajo por culpa del astado, que no colaboró lo más mínimo. Quiso Esplá otra vez en los tres tercios, pero no fue posible.

Por si faltaba, también la espada se le negó en el último momento. La ovación, quede claro, fue de respeto, admiración y cariño, como Esplá merece.

No es nuevo que para Ponce no hay toro difícil, ni complicado, ni siquiera imposible. Lo prueba que le cortara la oreja al segundo, primero de su lote. Toro sin voluntad de embestir, sin embargo, en manos de Ponce no le quedó otro remedio.

Dándole al animal todas las ventajas, dejándole a su aire, sin molestarlo, fue haciéndose poco a poco con él. Toreo inmaculado, de extrema limpieza. Quizás algo despegado, aunque ésta podría ser una de sus armas.

El caso es que, desengañado el toro, terminó llevándole muy cosido , alternando las dos manos con admirable soltura, con exquisita enjundia, recreándose en lo fundamental, y gustándose y gustando mucho en los detalles, como el molinete invertido, la trincherilla o el cambio por delante. Fue faena a más y en permanente ambiente de frenesí. Una oreja nada fácil de hallar.

El quinto, topón, con la cara siempre arriba, no terminaba de pasar. Por mucho que se esmeró Ponce el trasteo se atascó.

ALGO NUEVO PARA PERERA Perera estrenó un dato en su carrera: un toro al corral. No se explica, después de haberlo toreado tan admirablemente. No estaba el inválido para muchos trotes, claudicante a las primeras de cambio, y eso sin llegar a bajarle la mano, a media altura. Pero, otro milagro, le afianzó para hacerle ir y venir por los dos pitones. Al final pases espaciados, pues no aguantaba el toro dos seguidos. Mando y dominio se llama eso a pesar del poco empuje del toro, o precisamente por eso. Pero la espada fue un calvario. Había sonado un aviso cuando Perera estaba en pleno parón, toreando . Y los otros dos --el presidente no perdonó ni un segundo-- mientras se sucedían los pinchazos, atacando siempre el torero en la suerte natural. Si acaso fue esto último su gran incongruencia, no ensayar ni una sola vez en la suerte contraria, donde a lo mejor el manso le hubiera ayudado algo más.

No hubo opción para sacarse la espina en el sexto, toro que embestía al paso, llevando la cara arriba y volviéndose al revés. Perera volvió a fallar a espadas.

Esplá no quiso ninguna celebración especial en la despedida. Se fue pidiendo permiso a la presidencia como una tarde más. Fue cuando los toreros le abrieron paso para cruzar el ruedo en solitario en medio de una atronadora ovación. No hubo el esperado corte simbólico de coleta. Quizás porque el maestro habrá querido tener un último detalle con la profesión: seguir sintiéndose torero. Seguro que sí.