A todos nos ha pasado. Cuando nuestra madre intenta llamarnos es muy posible que acabe por mencionar el nombre de todos nuestros hermanos e incluso el de nuestro perro antes de dar con el que nos corresponde. Y, de la misma manera, es muy probable que a nosotros también nos pase lo mismo cuando intentamos llamar a nuestros allegados. ¿Pero a qué se deben estas confusiones? ¿Es que nos parecemos mucho más de lo que nos gustaría reconocer a nuestros familiares y mascotas?

La respuesta a estas preguntas está en la manera en la que nuestro cerebro organiza la información. Aunque pueda parecer aleatorio, en nuestra cabeza la información se agrupa por conjuntos semánticos. Es decir, en parcelas de conocimiento donde guardamos los elementos que mantienen una relación entre sí. En el caso de las relaciones sociales, este fenómeno se traduce en las categorías en las que agrupamos el nombre de personas que pertenecen a un mismo grupo, ya sea este la familia, los amigos cercanos o los compañeros de trabajo.

¿Pero qué ocurre cuando nos equivocamos de nombre al intentar llamar a alguien? Es tan sencillo como que a nuestro cerebro se le han cruzado los cables al intentar escoger el nombre del paquete que corresponde. De ahí que sea muy frecuente cometer estos errores entre personas de un mismo círculo con las que se comparte el mismo vínculo.

Este tipo de equivocaciones son más frecuentes entre miembros de una misma familia / RICARD CUGAT

Para entender un poco más este fenómeno vamos a volver al ejemplo de la familia. Imaginemos que durante un encuentro familiar tu madre quiere llamarte para poner la mesa. Será entonces cuando su cerebro recurrirá al paquete familia, en el que guarda todos los nombres de su círculo familiar cercano, para escoger tu nombre. En este proceso es posible que, o bien por las prisas o bien por un despiste, acabe escogiendo el nombre equivocado. De ahí que es posible que acabe llamándote con el nombre de tu hermano o hermana.

No hay errores aleatorios

Un estudio sobre este fenómeno, realizado en el año 2016 y publicado en la revista Memory and Cognition, ahondó en cómo cometemos estos errores y por qué no deberíamos enfadarnos por ello. Mediante el análisis de más de 1.700 encuestas sobre el tema se analizó con qué tipo de nombres confundimos, con qué frecuencia ocurre y qué relación mantenemos con estas personas.

Los resultados demostraron que no existe un patrón aleatorio en estas equivocaciones. Si nos equivocamos con el nombre de dos personas es porque mantenemos el mismo vínculo con ambas. De ahí que este fenómeno sea muy frecuente en el caso de las familias.

"Se trata de un error cognitivo que revela algo sobre quiénes consideramos que están en nuestro grupo", explicaron David Rubin y Samantha Deffler, profesores de psicología y neurociencia de la Universidad de Duke y autores principales de este estudio.

Los parecidos más que razonables

De acuerdo con este estudio, las similitudes físicas no hacen que nos equivoquemos más o menos a la hora de mezclar nombres. En este sentido, se demostró que los padres tendían a confundir el nombre de sus hijos fueran estos parecidos o no, incluso pudiendo ser estos del sexo opuesto. Lo mismo ocurría en el caso de la edad, siendo frecuente la confusión del nombre de personas en rangos de edades muy diferentes como es el caso de los niños pequeños de la familia con los mayores en edades universitarias.

Un factor que, sin embargo, demostró ser determinante a la hora de cometer estos errores fue la similitud fonética. Es decir, el parecido de los nombres. De acuerdo con esta investigación, es más probable que confundamos los nombres que comparten un parecido en la pronunciación o cadencia.

La relación con las mascotas

Que tu madre te llame con el nombre de tus hermanos puede parecer más o menos normal dependiendo del parecido que guardéis entre vosotros. ¿Pero qué ocurre cuando te llama con el nombre de tu perro? Según apunta este estudio la explicación es sencilla: las personas que cometen este error son las que consideran a su mascota como un miembro más de sus familias, por lo que sus nombres pasan a formar parte del mismo paquete mental en el que incluimos los demás familiares.

De acuerdo con esta investigación, este fenómeno es mucho más frecuente en el caso de los perros que no en el de otras mascotas, como por ejemplo los gatos. En este sentido, el estudio concluye que una posible explicación es que los perros responden a su nombre mucho más que los gatos, por lo que su uso podría ser más recurrente.