El crecimiento de una persona y el avance por los diferentes momentos vitales implica saber abrirnos a los acontecimientos, entender qué se espera de nosotros y de qué forma podemos adaptarnos para crecer. Para ello usaremos mecanismos previos o esquemas de pensamiento que hayamos adquirido en momentos anteriores, lo que no siempre nos puede ser de utilidad, siendo necesario que lo desechemos y empecemos casi de cero. En estos puntos es donde necesitamos ser flexibles a nivel cognitivo y emocional, donde entendamos que lo nuestro ha podido dejar de ser útil y que debemos soltarlo. Aferrarnos a ello solo nos generaría fricciones internas y externas y nos impediría avanzar.

Los niños, especialmente si son pequeños, necesitan de rutinas fijas para poder estar estables emocionalmente. Si nos salimos de lo que ellos conocen, se alteran y sufren con los cambios. Su modelo cerebral es más rígido, ya que no han adquirido aún la flexibilidad necesaria y necesitan de nuestra ayuda para lograrlo. Si les abrimos el camino, en las etapas futuras podrán aplicar fácilmente esa herramienta. De lo contrario, podrían hacer en la frustración, con las emociones negativas relacionadas, como es la tristeza o la rabia. Un mayor bienestar implica una flexibilidad en los esquemas de actuación.

Como el bambú

Si hay una metáfora que podría definir aquello que queremos lograr en nosotros mismos y en nuestros hijos es la de ser fuertes y a la vez flexibles como el bambú, algo que la filosofía oriental siempre ha querido reflejar. Quedarnos en la posición de absoluta entereza o adaptarnos en exceso a los demás puede hacer que carezcamos de valores auténticos o que no seamos permeables a las enseñanzas de los diferentes ciclos vitales. Lo ideal es la posición intermedia, aquella que queremos enseñar a los niños pequeños, donde sin perder nuestra esencia nos adaptemos al medio mediante la flexibilidad emocional.

No siempre sabemos los adultos lograr la entereza necesaria o soltar los viejos patrones, por lo que tampoco nos es fácil educar a nuestros hijos en ello. Por tanto, el aprendizaje que les queremos transmitir también va a enseñarnos a nosotros mismos. A través de las siguientes pautas podremos aprender qué es la flexibilidad emocional, su utilidad y cómo hacer que nuestros hijos la usen:

1. Creatividad

Esta fortaleza se relaciona directamente con la flexibilidad. No se trata únicamente de todo lo artístico, sino de extrapolarlo a lo cotidiano. Un buen ejercicio es ir cogiendo objetos de casa e irles buscando mediante el juego otros usos. Pero no debe quedarse en algo teórico, sino las diferentes formas de trabajar con esos objetos las tendremos que aplicar durante unos minutos o unas horas.

2. Escuchar

Ser flexibles implica estar abiertos a las opiniones de los demás, entender los aprendizajes que nos enseñan o tener la humildad necesaria para poder cambiar de opinión. Dentro de la familia, intentad ir creando momentos de debate en torno a cuentos, películas o hechos que se hayan vivido.

3. Todo es cuestionable

Intentad quitad la premisa en casa de que existen ciertas normas que no se pueden discutir. Todo, dentro de un orden, debería ser cuestionable y nos ayudaría a poder reafirmar nuestra identidad y nuestra valía. Si las normas en cuestión son puestas a debate, usadlas para crear negociación.

4. El día diferente

Busca que un día a la semana no siga todo el orden establecido o se haga al revés. Comer al mediodía las cosas del desayuno, bañarse por la mañana en lugar de por la noche, que sean los hijos los que lean los cuentos o que los juegos tengan otro tipo de reglas. La flexibilidad física también ayuda a la mental.

Personas rígidas no logran mejores resultados, aunque en algunos momentos sí puedan hacerlo bien. Produce desempeños menos productivos o una mayor frustración. Los niños, de hecho, lo notan aún más y podemos ayudarles enseñándoles qué es la flexibilidad emocional o cómo ponerla en práctica en su día a día.

* Ángel Rull, psicólogo.