TEtl pasado fin de semana se celebró en Malpartida de Cáceres una concentración del Club Fanatic Tuning. El tuning consiste en comprarse un coche de dos millones y gastarse otro tanto en decorarlo con pinturas llamativas, llantas gigantescas y brillantes, volantes sicodélicos, pomos sorprendentes, asientos de alucine y tubos de escape que parezcan el órgano de la concatedral de Santa María. Hasta ahí, todo correcto. Lo que quizás sea más discutible es que dos de los premios que se entregaban en la concentración de Malpartida eran al tubo de escape y al club de tuning más ruidosos. Es decir, se premiaban la contaminación acústica y el atentado a la salud. Y todo eso patrocinado por el mismo ayuntamiento que cinco días antes entregaba los premios ecologistas de la cigüeña.

España es el país más ruidoso del mundo y eso provoca más enfermedades cardiovasculares, más estrés y más depresiones, pero es lo mismo porque mientras una parte de la sociedad entiende el silencio como un placer, para otra, si no hay ruido, no hay ni libertad, ni diversión, ni autoestima. ¿Para qué quiero un coche o una moto si no puedo decir aquí estamos yo y mi tubo de escape? Días pasados, en una página de este periódico se anunciaban los municipios saludables de Extremadura (Ceclavín, Arroyo de la Luz, Almendralejo, Plasencia, etcétera). Visítenlos y luego me cuentan cómo crepitaban los escapes trucados de las motos pedorretas. En fin, vamos de modernos con la ecología, pero seguimos siendo unos paletos muy ruidosos.

*Periodista