La tauromaquia congregó ayer en el coso de la Monumental a 18.000 espectadores desde los más diversos confines. El público, al conjuro de José Tomás, acudió al taurobolio preso de una catarsis colectiva desde lejanos confines andaluces, castellanos, catalanes y franceses para presenciar la última corrida de la temporada del espada de Galapagar.

El gentío se empujaba, reía, se saludaba, tiraba de móvil, se abrazaba en medio de la fiesta presentida. Y como la tauromaquia es hermosamente imprevisible, literariamente generosa y emocionalmente sensorial, el respetable --¡qué cantidad de gente guapa!-- se quedó prendado de la lección de toreo de César Rincón, que se despedía de Barcelona.

El cetrino chaparro colombiano se retira después de una larga carrera cimentada con sacrificios y renuncias. Tres orejas cortó el diestro después de una faena irreprochable de maestría al primero de la tarde y otra, meritoria, al cuarto. Al que abrió plaza lo despachó de una estocada recibiendo y a su segundo de un volapié que hubiera firmado el escultor Benlliure. ¡Torero! ¡Torero! El cónsul de Colombia en Barcelona y el presidente de la Federación de Entidades Taurinas, Segura Palomares, le entregaron una placa.

La cáfila enardecida esperaba a José Tomás, pero también se entregó a Rincón y Marín. El primero fue un astado que no ayudó al diestro. En el quinto, Tomás puso al borde de la alferecía al respetable en un quite con el capote a la espalda y faroles inverosímiles. Con la muleta, el torero de cuerpo feble y enjuto, cabeza asentada y cabello espeso, demostró que por las venas le corre hielo, no sangre, por su estatismo angustioso, por la mortalidad de su tauromaquia, el toreo de un alma en pena cargada de gloria y misterio, flautista de Hamelín evanescente y literario que hipnotiza a las masas y las transporta a una Arcadia feliz. Pero ayer los aceros no secundaron la majestad de su toreo. Pinchó y perdió los trofeos.

Serafín Marín, espigado, que ha sufrido en sus carnes y en su psique graves cogidas en la arena y en los despachos, abrió por tercera vez consecutiva la puerta grande de la Monumental esta temporada, saliendo de esta guisa con el maestro Rincón, que se retira a disfrutar de la vida.

Serafín, que lucha a brazo partido para hacerse un sitio en el escalafón, derrochó valor y genitalidad en la lidia del áspero sexto al que le pudo, jugándose las arterias en un trasteo de arrolladora valentía donde no cabían florituras estéticas y si, en cambio, mucho susto y muleteo riguroso. Quiso corresponder con el gesto al brindis que le hizo a Rincón y a fe que lo consiguió. Menos facilidades le dio el tercero, corto de recorrido y mirón.