TAt finales de los 80 se puso de moda un tipo de entrevista política caracterizada por la total sumisión del periodista hacia el gobernante. Victoria Prego fue abanderada de esta forma de hacer periodismo hasta que Javier Gurruchaga la enterró con una parodia en la que preguntaba a un enano canadiense que era clavado a Felipe González . Pero el género no estaba agotado: Urdaci y Buruaga lo llevaron a su punto más alto, sobre todo el día que éste le hizo a Aznar aquella pregunta difícil y contestó lo de "créanme cuando les digo que en Iraq sí hay armas de destrucción masiva". En la misma época que aquí no se hacían preguntas mínimamente comprometidas, en Portugal había un primer ministro que se intentaba salir por la tangente en la televisión pública mientras que el entrevistador le interrumpía diciéndole "que no estaba respondiendo a las preguntas". Unos han instaurado la norma de despellejar al político para no convertirse en periodistas cobardes, y otros han parcelado todo de manera que sólo se dejan entrevistar por los de su cuerda y se niegan a hablar con los medios que consideran adversos. Hoy y mañana se analizan en Badajoz las difíciles relaciones que existen entre la prensa y la política: la primera trata de influir en la segunda, y la segunda quiere controlar a la primera para que cuando influya lo haga por donde le conviene. Ante este panorama cada vez se hace más difícil aquella quimera de la independencia de los medios, pero cabría preguntarse si no hay un término medio entre dar continuamente agua bendita a los afines y vomitar sapos con culebras a los contrarios.