En los medios de comunicación no leemos o vemos lo que nosotros elegimos sino lo que otros han elegido por nosotros. A una redacción llegan miles de noticias, que deben ser seleccionadas. Es imposible publicar todo. Lo difícil es separar información y opinión, porque también es subjetiva la colocación o el tamaño del titular. O sea, los medios no pueden decirnos qué pensar pero sí sobre qué hacerlo. Ante la prensa escrita, cabe la reflexión y el análisis de la lectura sosegada, pero no podemos decir lo mismo de otros medios. Por ejemplo, los telediarios se han convertido en una crónica de sucesos, en un homenaje a lo extraordinario. Se presentan los acontecimientos sin reflexión previa o datos que expliquen el porqué de la situación. Sin perspectiva histórica, asistimos al desfile de pueblos hambrientos, guerras o peleas de vecinos. Los sucesos reducen el mundo a la mera anécdota, a un ir y venir de datos que consiguen banalizar la información creando un vacío político. El mensaje televisivo es inmediato, y lo olvidamos enseguida, pero al mismo tiempo creemos haber cumplido con nuestra obligación de sentirnos informados. Qué importa que la velocidad que exigimos implique algún fallo, alguna generalización falsa, alguna noticia errónea o basada en la especulación. La condena de querer verlo todo es la imposibilidad de no comprender nada. No elegimos lo que nos muestran, pero aún podemos cambiar de canal, huir de la desinformación y el sensacionalismo de muchos medios, hasta encontrar aquel que deje espacio al razonamiento y siga manteniendo que todos somos inocentes hasta que un juez demuestre lo contrario.