La Guardia Civil ya lo tenía en la diana y seguía sus pasos. Dos días después de la desaparición de Luelmo, Bernardo Montoya fue a un centro de salud de Cortegana (Huelva), la localidad donde viven su padre y su hermana, y se quejó «de un dolor en las costillas», explicó el coronel de la comandancia de Huelva, Ezequiel Romero.

Para entonces, ya había violado y asesinado a la profesora de 26 años a 50 kilómetros de allí, en El Campillo. Los investigadores atribuyen su visita al médico a «una patada» que Laura habría propinado a su asesino cuando trataba de defenderse, cuando todavía luchaba por su vida.