Es la versión 2.0 y en términos de nicotina del dicho «en casa del herrero, cuchillo de palo». San Francisco, una de las urbes más vinculadas a Silicon Valley, se convirtió en la primera ciudad de Estados Unidos que veta la venta de cigarros electrónicos y sus productos relacionados, al menos hasta que la Agencia Federal del Medicamento (FDA por sus siglas en inglés) regule definitivamente sobre su seguridad. Y la decisión representa un mazazo, real pero también especialmente simbólico, para Juul, la compañía que controla entre el 70% y el 75% de ese boyante mercado en Estados Unidos, pues su sede está precisamente en la ciudad de la bahía.

La ordenanza alcanzada por la Junta de Supervisores, un organismo similar a un consejo municipal, prohíbe tanto la venta tradicional como la entrega de productos comprados on line. Aún debe ser ratificada por la alcaldesa, London Breed, pero esta ya ha anunciado que pretende darle vía libre. A partir de ese momento, será efectiva en un plazo de 30 días aunque los vendedores tendrán seis meses más para adaptarse a la prohibición.

La ordenanza municipal se interpreta como otro toque de atención al regulador federal por la dejación de sus funciones, una reprimenda que también le ha llegado desde los tribunales. El mes pasado una corte urgió a la FDA a pisar el acelerador en un proceso que se está tomando con demasiada calma. Y es que aunque desde el 2016 se le dio autoridad para regular el cigarro electrónico, la agencia amplió el plazo en el 2017, hasta el 2022, para que las empresas fabricantes dieran información detallada sobre su producto y sus efectos y se complete la revisión de seguridad.

Mientras, la FDA no permite la aparición de nuevos productos, pero no ha hecho nada para retirar los que ya estaban presentes, que empezaron a aparecer en el mercado en el 2007. Y hay expertos en salud humana como Stanton Glantz, de la Universidad de California en San Francisco, que han acusado a la FDA de ser «cómplice en haber permitido que se desarrolle la epidemia» de adicción juvenil.

Adolescentes

Según los datos del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de EEUU más del 20% de los adolescentes vapean y también lo hacen el 5% de los preadolescentes. Son porcentajes preocupantes cuando se alerta del efecto nocivo de la nicotina en el desarrollo del cerebro en formación, especialmente en las partes que controlan la atención, el aprendizaje, los estados de ánimo y el control de impulsos, y cuando el propio CDC advierte de que los jóvenes que consumen cigarro electrónico es más probable que acaben fumando tabaco tradicional. Son, además, porcentajes que van en brutal escalada: entre el 2017 y el 2018 el vapeo creció un 78% en los estudiantes de instituto y un 48% en los más jóvenes que asisten a la escuela intermedia. Y eso que en California, como en otros 15 estados, la edad legal para adquirir tabaco, tradicional o electrónico, son 21 años y no 18 como en el resto del país.

La moratoria municipal de San Francisco ha despertado alabanzas de grupos como las asociaciones americanas de pulmón o corazón, desde las que se ha recordado que las ciudades han sido históricamente los mejores laboratorios para buscar medidas de combate contra el tabaco y los problemas de adicción y salud que conllevan. No obstante, no todo el mundo cree que la decisión sea la correcta y la ordenanza ha vuelto a encender un candente debate que se vive en todo el mundo, incluyendo en España, especialmente al llegar a una ciudad donde es legal la venta y el consumo de marihuana y también el de cigarros y otros productos de tabaco tradicionales.

«Como acción política es realmente inteligente pero en términos de salud pública es una medida realmente dudosa», ha denunciado el doctor Steven Schroeder, profesor de salud de la Universidad de California en San Francisco, que ha definido de «absurdo» vetar los cigarros electrónicos pero permitir la venta de tabaco y cannabis. Y es el mismo argumento que denunciaba en Wired Michael Siegel, un experto en salud de la Universidad de Boston: «Si vetamos el vapeo porque tenemos miedo de riesgos a largo plazo que no conocemos ¿cómo podemos no prohibir fumar o vender cigarros cuando sí sabemos sus efectos?», se preguntó.

Controversia científica

Los críticos de la medida también plantean el debate en otros términos: apuntan a que los menores, que ya se saltan la ley, podrán adquirir el cigarro electrónico en localidades vecinas. También lamentan que quita a los fumadores adultos una alternativa a la que algunos atribuyen el descenso de consumo del tabaco tradicional. El problema, no obstante, es que aunque se asume que el cigarro electrónico es menos peligroso que el clásico no hay consenso científico sobre cuánto reduce esos peligros. Tampoco se muestra la ciencia definitiva sobre los efectos que tiene en la salud.

Lo que es seguro es que, como hicieron en su día las grandes tabacaleras, los gigantes de este sector van a pelear contra cualquier restricción a sus productos. Juul, concretamente, está invirtiendo ya medio millón de dólares para intentar que en las próximas elecciones en la ciudad de San Francisco se incluya un referendo, con el que busca que cualquier regulación del cigarro electrónico deba ser aprobada por los votantes y no por la Administración.