El dolor más difícil de calmar doblaba el cuerpo de Herminio, el primo y compañero de Emilia Moreno, cuando el príncipe Felipe y su mujer, Letizia, comenzaron por su lado el emotivo recorrido de abrazos, besos y pésames a los familiares de las cuatro víctimas mortales del terremoto cuyo funeral ofició ayer el obispo de Cartagena, el lorquino José Manuel Lorca Planes. Emilia, de 22 años y madre de una niña de dos, estaba embarazada de ocho meses y fue alcanzado el miércoles por una pared en el centro histórico de Lorca. A su lado, los féretros de Pedro José Rubio, de 72 años, que murió a tan pocos metros de Rafael Mateos, un zapatero de 48 años, como la distancia que separaba ayer sus féretros. Y estaba por último el cuerpo de Juan Salinas, un anciano de Coy que vivía en una residencia de Lorca. Ante unas 1.000 personas, monseñor Planes reconoció que "no es fácil tratar de consolar cuando uno también tiene el corazón roto". Las palabras que les dirigieron Felipe y Letizia a las familias quedaron en la intimidad. Luego, en una visita a la parroquia semiderruida de Santiago, el Príncipe dijo que "el dolor más profundo es para los que perdieron a sus seres queridos". Lejos de los focos se despidió a las otras cinco víctimas. Como el joven Raúl Guerrero, de 13 años, cuyo funeral se hizo en Vélez-Rubio, en Almería. O como Antonia Sánchez, de 38 años, que murió ante el único edificio que se derrumbó por completo y bajo el cual se pudo sacar, de milagro, a sus hijos Salvador y Sergio, de seis y tres años.