En el mundo del ladrillo español todo ha cambiado en pocos meses. Durante años, numerosos empresarios se hicieron millonarios a costa de la construcción y la venta de viviendas. Los beneficios eran muchos, y privados; sobre todo, privados. El mercado era el responsable del aumento de los precios, según decían; había mucha demanda -el mercado manda- y, por tanto, estaba justificado el aumento del precio de la vivienda, como el de sus beneficios, con o sin corrupción, con o sin evasión de capitales; todos contentos y satisfechos de sus millonarios ingresos, comprando terrenos, recalificando... Con ello han provocado el incremento del precio de muchos otros productos y servicios, de manera que, junto a la subida precio del petróleo, se ha disparado el coste de la vida.

Aunque algunos expertos opinaban que el precio de la vivienda no tendría techo, lo tiene, como todo. Ahora toca bajar los precios y dejar de ganar. El año pasado se les permitió aflorar plusvalías o, incluso, perder este año, pero que pierdan quienes han ganado tanto durante tantos años no es posible; antes cierran, las leyes les favorecen y con la parada de obras tienen bastante para hacer tambalear al Gobierno y crear un ambiente de derrumbe del sistema económico, ayudados también por el alza del precio del petróleo. Están fabricando humo para su provecho, ante lo cual el Gobierno tiene que tomar medidas urgentes. No se trata de inyectar más dinero público, sino de desinflar la burbuja, garantizando los derechos de las víctimas, los que se han hipotecado para tener un piso, un derecho suscrito en la Constitución aunque poco aplicado.

Juanjo Balbia **

Madrid