La escena es impactante. Al caer la noche, las blancas casas encaladas de Isla Mayor se ennegrecen paulatinamente. La localidad sevillana se convierte en un extraño desierto plagado de telas metálicas y no hay ni una sola ventana que quede exenta de la árida decoración. El sol se esconde y los isleños buscan refugio en sus viviendas, blindadas con mosquiteras. El motivo es una extensa nube negra que viene desde los arrozales de las marismas de Doñana. Son los millones de mosquitos que cada verano, desde hace décadas, invaden sin piedad este pueblo de unos 6.000 habitantes.

Dos ancianas se apresuran a recoger las sillas en las que, apostadas ante la puerta de sus casas, hacía rato que aprovechaban las últimas horas de la tarde tomando el fresco. "Esto es un martirio", dice una de ellas. "Por la noche no se puede salir a la calle, no hay quien lo aguante", añade.

Ni los letreros con los nombres de las calles se pueden leer. También cuesta descifrar las matrículas de los vehículos. Todo está cubierto por los molestos insectos. "Se te meten hasta por la nariz, no te dejan salir de casa", dice su vecina.

LOS ARROZALES DE DOÑANA

El alcalde de Isla Mayor, Francisco Murcia, es quien ha dado la voz de alarma sobre la situación que se vive en su pueblo. Están rodeados por la marisma, de ahí el nombre del municipio, a escasos kilómetros del Parque Nacional de Doñana, donde se cultiva el arroz. Esta ubicación hace imposible el uso de los insecticidas habituales en los cultivos ya que podrían afectar a la flora y fauna.

La zona cuenta con la mayor extensión de España de arrozal en linde, 35.000 hectáreas, y produce el 40% del cereal español, más que las tierras valencianas.