Una de la alternativas al alcance de la gran mayoría para eludir los contaminantes viajes aéreos es optar por el tren en las rutas de corta y media distancia. Pongamos el ejemplo del trayecto Barcelona-Madrid, el de mayor tráfico de España. Con datos del año pasado extraídos del comparador Ecopasanger, un pasajero aéreo emitía en esta ruta por cada viaje 115 kilos de CO2, el principal gas de efecto invernadero, mientras que en tren la cifra bajaba a 20. Desde el pasado 1 de enero, la diferencia es aún más grande, porque ningún tren emite dióxido de carbono en España después de que Adif haya contratado electricidad únicamente renovable.

La opción ecológica no es, sin embargo, la más económica. El billete aéreo más barato para viajar a la capital de España desde Barcelona el próximo 14 de junio, por ejemplo, salía por 42 euros, mientras que el AVE costaba el doble, 85. El AVE low cost y la entrada de operadores privados puede cambiar las tornas.

El hecho de que el queroseno no esté sujeto a ningún impuesto es una de la claves de la diferencia de precios. El avión contamina, pero no paga por ello. La electricidad que consumen los trenes, aunque provenga de fuentes renovables, está gravada con el impuesto eléctrico (5,11%) y el IVA (21%). La gasolina y el diésel están sujetos al impuesto de hidrocarburos.