Ayer se llenó a rebosar el bello coso trujillano, lo que, a priori era indicativo de cómo podía transcurrir una tarde que había suscitados fundadas esperanzas en los aficionados que inundaban, ya desde por la mañana, las calles de la localidad. El cartel, de gran atractivo, ejerció de reclamo, y después, lo que se vio en el ruedo, tuvo gran interés.

Abrió plaza Hermoso de Mendoza en una faena acelerada con un toro de muy poco celo y que se vino a menos. Lo mejor del rejoneador llegó ante el cuarto, un animal de embestida templada y que aguantó la lidia sin apuntar manifiesta querencia a los tableros. Sobre Chenel , un caballo castaño torerísimo, pleno de elasticidad, clavó por dos veces dejando llegar al de Terrón en quiebros muy ajustados, para adornarse cabalgando de costado cuando la expresividad del equino levantó clamores. Siguió sobre Merlín , una montura nueva, espectacular, y en esta ocasión fueron las piruetas en la cara del toro lo que llegó al tendido.

Tres lustros

A Hermoso acompañó a hombros el gran maestro valenciano. Ver torear a Enrique Ponce, tras más de tres lustros de alternativa, es entender que el amor propio de quien viste el traje de luces es una de las claves del toreo, pues, en el caso de Ponce, a estas alturas de su carrera, él compite consigo mismo. La suya fue toda una lección de cómo mejorar a dos toros nobles pero justos de celo y transmisión.

La primera de sus dos faenas fue muy suya en cuanto a planteamiento. No le sobraban las fuerzas al zalduendo por lo que el torero no le obligó en el inicio del trasteo. A media altura, le ayudaba a romper hacia delante. Después, dándole sitio y tiempos, con la muleta siempre puesta, las tandas en redondo se sucedieron con un regusto que en este artista resulta insuperable. De las mismas virtudes participó el trasteo al quinto, y el torero, con un dominio perfecto de la situación, fue desgranando una obra que fue a más. Preciso en cuanto a distancias y altura del engaño, suave en los toques, temple al correr la mano y belleza en el toreo cambiado, esta faena llegó a los tendidos como el momento culminante de la tarde. Rivera Ordóñez cortó una oreja al sexto tras banderillearlo con más voluntad que brillantez. Fue el mejor toro del encierro y a las series les faltó ajuste, pues el torero abusaba de los toques hacia fuera. Su primero fue noble pero muy soso.