TStoy de una puntualidad enfermiza, lo confieso, tira negra en los ojos incluida, igual que los pecadores de los programas de la madrugada. Me llamo Pilar Galán y soy puntual, hola Pilar. En el mismo saco que los ludópatas, cleptómanos o practicantes de vicios inconfesables, porque la puntualidad no es más que otro vicio, una aberración en los tiempos que corren. Para qué quedar a una hora si existe el móvil, por ejemplo. Oye, quedamos a las seis, vale, yo te llamo, y, efectivamente, te llaman a las seis en punto para citarte a las siete. Y qué hay de malo en que la reunión sea sobre las siete. No se puede ser intolerante solo porque en ese sobre quepa una hora entera. Oye, que estoy aquí sola y ya son las ocho, hombre, por favor, que era más o menos sobre las siete. Ya puedes maldecir el sobre o el a eso que da igual. Y para qué hablar del cuarto de hora de cortesía, al que si sumamos lo anterior y el móvil, podemos cenar a eso de las doce, o sea, a las tres de la mañana.

Y ay si te da por enfadarte. Qué estresada estás, qué rígida, tienes que ser más flexible. Y una piensa en lo flexible que ha sido haciendo una hora de gimnasia rítmica en la barra del bar, o apagando y encendiendo el motor del coche para no congelarse o freírse como un pollo de feria. Para rigidez la cara de cemento del tardón, aunque tal y como está el patio, mejor callarse. Lo peor hoy en día es que te acusen de intolerante o fanático. Hay que medir las palabras y tener en cuenta que en el país del talante, como en el de las maravillas, no funcionan los relojes. Así de raros son los mundos fantásticos.