Resulta muy difícil escribir una carta a alguien que ya no está presente, cuanto más si no sabes con absoluta certeza si desde su lugar de destino la podrá leer, o siquiera intuir o simplemente sentir. Quiero pensar que sí. En todo caso y de forma exclusivamente, personal necesitaba dejar constancia, aunque respecto de ti no hace ninguna falta, pero permíteme el atrevimiento, así como el de tu familia, para decirte algo tan sencillo como que: te echaré de menos. No es necesario estar todo el día con una persona o considerarse íntimo amigo de alguien, para saber que un ser humano merece la pena. Tu pertenecías a ese pequeño, desgraciadamente, pero selecto, auténtico, y maravilloso grupo de seres humanos que no pasaba desapercibido, y todo ello lo hacía posible tu talante, tu conducta, tu alegría y tu palabra siempre llena de amabilidad. No estamos sobrados de personas, en un mundo como el de hoy, rápido y estúpido, porque así lo hemos inventado, que dediquen un mínimo de su tiempo sencillamente a sonreír con naturalidad transmitiendo a la vez, un halo de bondad y una energía tremendamente positiva.

Cuando me enteré, que de repente, te fuiste, porque tu corazón se paró, me consterné profundamente. Tu funeral ha sido una muestra absoluta de lo que con tu personalidad sembraste en esta ciudad y a todos los que tuvimos el privilegio de conocerte, porque, querida Charo, compartir si quiera un pequeño espacio de la vida con personas como tú, resulta un privilegio. El día de tu partida, y el siguiente, y el siguiente..., sentí la tristeza por las calles y plazas de Mérida, como si todos, seres humanos y la propia materia inerte de la ciudad, encogiera el corazón, mejor dicho estuviéramos sobrecogidos. Yo, realmente estoy sobrecogida con tu partida, y para seguir en este mundo de vivos, quiero pensar que no te has ido de forma absoluta, sino que la explosión de tu inmenso corazón dejó en el aire que respiramos la bondad y amabilidad de tu existencia, y si así no es, dinos por favor, desde ahí arriba, cuál era tu secreto. Creo que muchos necesitaremos contagiarnos de tu belleza. Gracias Charo, hasta siempre.

Carmen de Sande Murillo