TMtucha gente cree que a don Quijote lo volvió loco la lectura, en especial aquellos que tienen en poco a los libros. Pero quien en verdad le reblandeció los sesos fue el aburrimiento. A sus cincuenta años, edad por entonces más que considerable, no había salido jamás de su aldea, no conocía el amor y ni por asomo había vivido algo parecido a una aventura. Su pequeño capital le permite pasar el día mano sobre mano, con tiempo de sobra para recapacitar en lo absurdo de su existencia, que llegaba al tramo final sin sal ni pimienta. Por eso es lícito pensar que sale al mundo no para salvarlo, sino para salvarse él y salvar de la mediocridad esos pocos años que le quedan. Siempre ha habido locos así, y ahora no íbamos a ser menos. Nuestro siglo va tan bien despachado como el que más de gente enferma de aburrimiento, incapaz de aceptar el mundo tal como es, que se monta unas películas increíbles, pero que a falta de yelmo y adarga sale a la calle armado de sotana y pancarta a vociferar contra los que no ven las cosas con sus ojos alucinados. Desde Adán y Eva existen las parejas desavenidas, el amor entre gente del mismo sexo, el divorcio y el ahí te quedas, la vida como un soplo y la muerte para siempre. Pero su rara locura les hace ver eternidad en lo precario, orden en el caos, dioses en las nubes y diablos en la sopa. Como don Quijote, son locos peligrosos atacados con una enfermedad que acaso sólo se cure retirándoles la paga del Estado, endilgándoles un contrato basura, una mujer y un par de hijos, suegra joven y una hipoteca a treinta años. Ya veremos si luego les queda cuerpo para convertir las aldonzas en dulcineas y en gigantes los molinos.