TMte parece recordar que antaño, muy antaño, salíamos ya el Viernes de Dolores con las matracas a dar vueltas por las calles, acompañando a un forzado, o al sacristán, que blandía la matraca grande de la Iglesia. Los demás llevábamos sendos artilugios de madera con asas de hierro que golpeaban brocas incrustadas. Era una llamada a los Oficios Divinos. Y el domingo de Ramos-al que no estrenaba nada, se le caían las manos.

Creyentes o no, nadie escapa del calendario. Unos viven intensamente el recordatorio de aquellos sucesos que tuvieron lugar en Palestina hace dos mil y pico de años, y otros pasean su indiferencia indolentes o escapan de la urbe hacia el campo, o a otros lugares de paganas vivencias. A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.

A nosotros, tras el inexorable deambuleo matutino por el cazadero, el Domingo de Ramos nos ha cogido enfrascados en la lectura de un genio olvidado: Gabriel Miró. Le entran a uno ganas de abandonar el afán por dejar escritos sentimientos, impresiones, depresiones y vivencias-después de asombrarse con la lectura de este prodigio de prosista.

"Figuras de la Pasión del Señor", "Las cerezas del cementerio", "El humo dormido"- ¡Qué prosa tan excelsa! ¡Qué dominio del léxico! ¡Qué maestría! Sin duda que en ese fértil, gayo y luminoso Levante hay algo que bendice a aquellos que vierten su pensamiento en la prosa poética: Azorín, Miró, Vicent, verdaderos malabaristas de descripciones y paisajes.

Ya tenemos entretenimiento en esta semana de Oficios Divinos que, aparte liturgias y procesiones, nos está regalando unas lluvias benditas para los que no hacemos otra cosa que pensar en el campo y los animalitos silvestres, objeto de nuestros anhelos insoslayables: la caza. Si lluvia, agua, y con ella el verde, la vida y el alimento para tanto ser vivo como medra en el monte, y a fin y al cabo, liebres, conejos y perdices. Pero eso, ¡ay! será mejor dejarlo ahora, que entra Nuestro Señor, entre palmas y olivos, por las calles de Yerusalaim.