Es sabido que el umbral de resistencia a cualquier cosa se va reduciendo a medida que nos acostumbramos a ella. El olor; el dolor; el ruido; la agresividad; la violencia; los hechos que vulneran la dignidad del hombre o sus derechos al honor y a la intimidad; la visión de la muerte como hecho noticioso; y tantas otras cosas.

Hace no mucho tiempo, en televisión se advertía a los telespectadores cuando un programa se disponía a mostrar imágenes que pudieran herir su sensibilidad. Sin embargo, hoy en día, a nadie le extraña ver cómo le ponen la soga al cuello a un dictador, o cómo se esparcen por el suelo los restos de las víctimas de un atentado o de un accidente. Es una pena que nuestra sensibilidad haya ido reduciendo poco a poco su umbral de resistencia a casi todo, a medida que se reducía el de las televisiones a herir nuestras sensibilidades.

Cuando apareció el primer programa de los llamados Reality Show , en el que se utilizaba al Gran Hermano de George Orwell sin tener en cuenta que lo que denunciaba el escritor era el totalitarismo del ojo que todo lo ve, muchos nos sentimos horrorizados ante el concepto del programa que se estaba planteando. Unos años después, una televisión china va a aderezar el formato introduciendo a los concursantes en una jaula de monos. Y lo peor de todo es que el otro día escuché a los tertulianos de Ana Rosa Quintana , bromeando con que ellos a quienes nominarían los primeros no sería precisamente a los simios.

¿Será que soy muy sensible y debería revisar mis umbrales? ¿O nos estamos volviendo todos locos?