Las Apollo, los Soyuz y otras naves tripuladas que hicieron historia tenían un gran inconveniente: en el viaje de regreso, los astronautas debían colocarse en un módulo provisto de paracaídas porque el vehículo espacial quedaba destruido en el descenso. A la siguiente misión, claro está, debía fabricarse una nueva nave. La NASA acabó con ese problema gracias al programa Shuttle.

Los transbordadores o STS (Space Transport System) despegan como un cohete, orbitan como una nave espacial y aterrizan como un avión. Son completos y complejos. También caros, por supuesto, pero sus costes se compensan con los años: los cinco STS (Discovery, Atlantis, Endeavour y los malogrados Columbia y Challenger) han volado en total en 113 ocasiones, han transportado a cerca de 600 astronautas, han llevado más de un millón de kilos de material científico y han colocado en órbita más de 60 satélites.

La idea de un transbordador surge en los 70 con el Enterprise, una nave que era colocada en el espacio desde un gran avión, pero el primer modelo real fue el Columbia, que se elevó por primera vez en 1981.

ASPECTO DE AVION

El eje del transbordador es el Orbiter. Se trata de un vehículo con aspecto de avión que necesita el empuje de unos grandes propulsores para despegar, pero una vez en órbita vuela con sus tres motores. Dos motores secundarios sirven para girar y frenar. Para soportar las temperaturas extremas que se producen durante una misión, lleva un recubrimiento de minibaldosas refractarias de alta resistencia.

Las mejoras logradas con el paso de los años se han ido añadiendo a los nuevos modelos. Según la NASA, a sus naves les quedan 50 años de vida.