Hace exactamente un mes que murió la Antonia . Me enteré esta tarde cuando fui a Montánchez. La Antonia era un personaje, pero no un personaje por sus méritos académicos o por su potencial económico, o por pertenecer al mundo de la farándula y del éxito. No. Era un personaje por su insignificancia . De pequeña estatura y más mermada aún por los años, cuando la conocí era un desecho social. Supe de su vida y que ésta la había tratado sin miramientos. Aunque nacida en el primer mundo, su vida fue siempre un valle de lágrimas, un infierno. Lejos de los oropeles del triunfo en que todos te aplauden, ella era despreciada por una sociedad que no acepta a los fracasados, a los anti-héroes (heroína, en este caso). Era, en definitiva, y por resumir, un fracaso humano.

Para los cristianos, en este país que se denominaba católico, debería haber sido el vivo ejemplo en el que se encarnarán a la perfección las palabras de Cristo: "Aquello que hagáis a uno de mis hermanos, a mí me lo hacéis". Sin embargo, fue marginada por una sociedad hipócrita, apartada como sucia, desplazada hasta el punto de no poder asistir a las romerías del Salor, que tanto le gustaban, pues nadie quería sentarse con ella en el autobús. Fue desplaza de los acontecimientos sociales comunes, hasta que apareció un cura-samaritano, que se ocupó de ella y de algunos más del pueblo en parecidas condiciones.

Cuando la conocí años atrás la Antonia vestía sucia y andrajosa, y su rostro reflejaba toda la tristeza que aquel rostro surcado de arrugas podía albergar. El cariño y la dedicación del cura-samaritano fue transformando a aquel despojo humano y la devolvió la dignidad que había ido dejando por el camino de su mísera existencia y que la sociedad la había negado. En los últimos años vestía dignamente, estaba limpia, comía a sus horas, recibía la asistencia médica adecuada, fue recogida en una Residencia de Mayores, la gente la aceptaba y se relacionaba con ellos. Recuperó la sonrisa inocente que a buen seguro había perdido desde su ya lejana infancia.

Ha muerto, me cuentan, dulcemente, seguramente con esa sonrisa sincera, auténtica con que nos recibía en nuestros esporádicos y distantes encuentros. Parece que Dios le había anunciado que llegaba su hora y en los últimos días estaba más dicharachera que nunca. Incapaz de administrar su exigua paga, que escrupulosamente controlaban entre el samaritano y Caja Duero para que no se lo gastara todo de un golpe y la paguina le durara todo el mes, unos días antes de morir, como si fuera un presagio, fue pagando religiosamente a todos a los que tenía deudas: a la churrería, al Hogar de la 3. edad, a la Galería- Quiso quedar en paz con todos, que no tuvieran de ella malos recuerdos. Montánchez ya no será lo mismo sin la Antonia . Murió rodeada del cariño de su pueblo, de su gente, del cariño que le habían negado a lo largo de su dura vida. Algunos, ahora, la echaremos de menos.

Ha muerto a los 89 años Antonia Lillo Muñoz.

José-Miguel Jiménez Palacios