Para evitar que las conductas violentas se impregnen en las nuevas generaciones, los especialistas subrayan que es clave el trabajo pedagógico en la escuela desde las primeras edades. Y todavía más lo es respecto a aquellos niños que han vivido junto a un padre agresor. También aquí se está notando un aumento de casos a atender, como describen en la Fundación Ires, que trabaja actualmente con 61 menores de entre 5 y 16 años. Ayudarles no solo consiste en reparar sus pesadillas nocturnas, su aislamiento emocional y su conducta alterada, sino también evitar que cuando sean adultos repitan el modelo de agresor y víctima que vivieron en casa.

También aquí la crisis afecta negativamente, porque las familias "se centran más en sobrevivir económicamente que en las carencias emocionales de los niños", indica Nuria Fabra, de Ires. La recuperación es lenta, a veces dura años, pero si resulta efectiva los menores serán "los mejores agentes propagandísticos contra la violencia".