La madrugada del 7 de julio del 2016, la primera noche de los Sanfermines, cinco jóvenes sevillanos de entre 26 y 28 años conocieron una chica en una plaza de Pamplona y la acabaron llevando a un portal. Según ellos -fuertes, uno de ellos militar y otro guardia civil y tres con antecedentes por riñas y robos-, tuvieron relaciones sexuales consentidas; según la chica, una joven de 18 años, fue una violación múltiple. Lo dirime estos días la Sala Segunda de la Audiencia de Navarra.

Los hechos los grabaron los jóvenes con sus móviles y lo compartieron con otros 16 amigos en un grupo de Whatsapp llamado la Manada esa misma noche. «Follándonos a una entre los 5. (...) Puta pasada de viaje. Hay vídeo», escribe J. A. P., uno de los acusados. «Cabrones os envidio» y «Esos son los viajes guapos», responden otros dos.

Exhibicionismo y postureo, esos viejos conocidos de Facebook, Twitter, Instagram y Youtube. «En las redes sociales se banalizan y se despersonalizan los contenidos y parece que todo vale. Los grupos de Whatsapp son espacios donde a este comportamiento se le puede dar salida porque tampoco hay filtros para denunciarlo y a quien lo hace se le señala como el aguafiestas, lo que crea una impunidad muy grande», afirma Alba Alfageme, psicóloga especializada en violencia de género.

La pertenencia al grupo crea sus códigos y los refuerza. «Pertenecer a un grupo es identitario: padres del cole, grupo de amigos, compañeros de trabajo...», recuerda el psicólogo Andrés Montes. «Pero en los grupos ocurre un fenómeno, que está estudiado, que es la conformidad social y es que siempre hay espectadores que no intervienen aunque no estén de acuerdo. Ocurre en el bullying y en el acoso laboral», añade. En ese sentido, en las conversaciones entre los 21 del grupo sorprende que nadie censure abiertamente la actitud de los protagonistas del y solo les entra el miedo cuando piensan que sus amigos pueden ser los autores de una violación denunciada.