TEtl cuerpo, y cuando digo el cuerpo me refiero a los sentimientos, a los deseos primarios, a las sensaciones, a las intuiciones... El cuerpo, en fin, me pide que diga no a la refinería... Bueno, en realidad, lo que de verdad me pide el cuerpo es que me esté calladito, que es mucho más cómodo. Pero no sólo de juegos florales vive el columnista... Así que me planteo el tema de la refinería y mis intereses y mi ideología me invitan a oponerme a su instalación en Extremadura. Lo cierto es que mi situación personal me anima a esta oposición. ¿Qué ventajas me aporta una refinería si tengo mi sueldo fijo cada mes y me encanta esta Extremadura sin ninguna contaminación donde vivo en comunión con la naturaleza, donde el bajo nivel de vida sólo me reporta poder adquisitivo?

Sin embargo, no me queda más remedio que hacerme más preguntas: ¿Tengo derecho desde mi posición privilegiada a oponerme a una refinería, a negarme al desarrollo industrial de mi tierra, a poner trabas al empleo en el sector donde se pagan los mejores sueldos, lo que acabará redundando en los salarios de la agricultura y de los servicios? ¿No es un consuelo de tontos el sostener que la gran ventaja de Extremadura es que como no hay industria, tendremos la gran reserva verde de España? ¿No es exagerado empezar a hablar de cáncer y predecir el apocalipsis? El cuerpo y la pureza ideológica me piden que me oponga a la refinería, pero la razón y la educación en valores me han convencido, aunque me cueste reconocerlo, de que la refinería será más positiva que negativa para mi tierra.