La reforma de la curia es una prioridad. Necesita una revolución", ha dicho el cardenal alemán Walter Kasper en referencia al Gobierno central de la iglesia. ±Ha sido el tema recurrenteO del precónclave, ha ilustrado el cardenal Timothy Dolan, de la diócesis de Nueva York. Con una curia distinta no habría habido el silencio de tantos años sobre la pederastia clerical, ni la fuga reciente de documentos papales (Vatileaks), ni las denuncias de corrupción interna y de la existencia de oscuros lobis.

Unas 3.000 personas trabajan en el Gobierno de la Santa Sede --cúpula de la Iglesia-- y en el Governatorato o Estado pontificio. Ninguna paga impuestos. El primero trata con los obispos de todo el mundo y el segundo hace funcionar los supermercados y la gasolinera vaticanos. Una dicotomía difícil de administrar.

Dicho Gobierno se ha ido formando a lo largo de los siglos, sobre todo a partir de Gregorio VII, quien en 1075 transformó al papa en lo que en términos laicos se denominaría un dictador y a la curia en el Gobierno de una dictadura. Que fue creciendo el poder, la opacidad y la distancia con los católicos de a pie.

El Concilio Vaticano II (1963-1965) redefinió la Iglesia como más horizontal, lo que conllevaba la necesidad de incorporar las periferias del catolicismo al Gobierno central. Lo llamaron colegialidad. Pero desde entonces solo ha intervenido Pablo VI , que se limitó a internacionalizar la estructura, dejando intacto su funcionamiento. Juan Pablo II no hizo nada al respecto y Benedicto XVI ha renunciado admitiendo falta de vigor. "Lo que ha ocurrido en los últimos años tendrá un peso" en el cónclave, reconoce Dolan.

La Santa Sede está repartida en congregaciones, equivalentes a ministerios, bajo mando de la Secretaría de Estado. El titular de esta viene a ser un primer ministro, del que también depende un ministro de Exteriores y un equipo de especialistas en política interior y exterior. Más de 150 nuncios o embajadores ejercen en sus respectivos países como representantes del papa y jefe de Estado y a la vez como comisarios de la Iglesia. El IOR, la banca vaticana, responde ante el papa y no es considerado un organismo central de la institución.

Hay también unos Consejos Pontificios, nuevos ministerios añadidos tras el Vaticano II para asumir competencias que la modernización exigía. Aparte están los tribunales. Algunos dirimen cuestiones internas, como un robo de documentos o un tirón en la basílica de San Pedro; otros son organismos de la Iglesia con jurisdicción universal. Hace 30 años eran los que debían decidir la anulación de un matrimonio celebrado, por ejemplo, en la Patagonia. Ahora esto se resuelve en cada diócesis.

Todo este aparato trabaja generalmente solo por las mañanas y los empleados, con pocas excepciones, viven fuera de la ciudad estado del Vaticano. "Sobra el 40%", escribió monseñor. Attilio Nicora en un estudio de la estructura.

Los cardenales electores han sopesado la creación de un Consejo del Reino, formado por obispos diocesanos, que colabore directamente con el papa, lo que reduciría tejemanejes como la cobertura de personajes de la calaña de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo e implicado en multitud de escándalos, y las pugnas por el nombramiento de un obispo en Oceanía, por ejemplo. Algunos creen también que el papa no necesita ningún banco. "Hay que salir del centralismo romano y volver a la unidad en la diversidadO, subrayó Dolan, lo que supondría invertir la pirámide, con el papa y los obispos por encima de una curia transformada en organización ligera.