Hace seis meses llegué a Grecia

El mismo día que llegué la Unión Europea (UE) firmaba un acuerdo con Turquía para limitar el número de solicitantes de asilo que llegan a Grecia. El acuerdo provocó la detención de miles de niños y sus familias. Escaparon de la guerra y la violencia y acabaron atrapados y bloqueados en las islas griegas. Muchos de ellos están detenidos en condiciones deplorables desde hace seis meses.

He visto y oído mucho en estos últimos seis meses: una madre encogida en su cama improvisada, llorando porque no puede acceder a los medicamentos para su hijo; familias que duermen en el suelo, acurrucados los unos a los otros para darse calor y tratar de encontrar así un mínimo de comodidad; y un niño que viajaba solo, que me decía con indiferencia que iba a morir en el centro de detención porque había perdido toda esperanza de un final feliz a su historia.

Hasta aquí

El estado de salud emocional de estas personas después de seis meses es alarmante. En marzo la gente estaba preocupada y con miedo, pero no perdía la esperanza. Todavía eran capaces de imaginar un futuro por delante: seguridad, educación, un empleo, un hogar... Felicidad.

Ahora son muchos los que han perdido toda esperanza. Están rotos. Sus sueños son un recuerdo lejano y desgraciado, que sólo sirve para recordarles lo que podría haber sido, pero nunca fue.

"Llevamos aquí cinco meses, pero lo sentimos como si fueran 20 años", me dijo una madre la semana pasada son voz temblorosa.

Un padre iraquí que vive en la isla de Leros apenas podía contener su angustia:

"Las peores cosas están sucediendo ahora (en Irak). Están cortándoles a los niños la cabeza y las utilizan como balones de fútbol. He venido aquí para escapar de esos crímenes, pero también aquí he visto cosas malas. Hemos pasado seis meses sin ayuda y sin entrevista (para solicitud de asilo). Es por eso que vamos a volver", me dijo mientras abrazaba a sus hijos.

Una madre de tres hijos, bloqueada en la isla de Chios, me dijo: "Cruzamos el mar y fue un desastre. Vinimos aquí y es horrible. Vamos de mal en peor, pensábamos que, al llegar aquí, tendríamos una vida mejor, pero no lo es. Es peor”.

Ponerse en mi lugar

A menudo me pregunto cómo se sentirían los líderes de la UE si estuvieran en mi piel por un día. Si se tomaran el tiempo para sentarse con las familias y escuchar sus historias. Y para ver las consecuencias de ofertas realizadas en despachos a miles de kilómetros de distancia.

¿Cambiarían de opinión?

Mi lado optimista quiere pensar que sí lo harían. Me gustaría que se dieran cuenta de que sí, el acuerdo entre la UE y Turquía ha reducido el número de llegadas en Grecia, pero, ¿a qué precio?

De hecho, este acuerdo no ha resuelto la crisis, sino que ha obligado a la gente a escoger vías aún más peligrosas para su huida. Si el número oficial de solicitantes de asilo que lo hacen por la ruta de los Balcanes ha disminuido, muchos están cruzando las fronteras por puntos no oficiales, fuera de radar, y exponiéndose a mayores riesgos.

Quiero pensar que los líderes de la UE, al ver el sufrimiento de estas personas, decidirían suspender el acuerdo entre la UE y Turquía y optar por soluciones más sostenibles y humanas. Soluciones que deberían contar con la financiación necesaria para la reubicación y reunificación de las familias, además de para permitir poner en marcha programas de reasentamiento eficientes que no postren a las familias en campos de refugiados durante años.

Europa ha predicado durante décadas sobre los derechos humanos y las personas refugiadas a gobiernos de todo el mundo. Es inaceptable que, en las raras ocasiones que una crisis humanitaria sucede en Europa, los líderes del continente busquen formas de dar la espalda a sus obligaciones legales y morales, y trasladen el problema a los países de tránsito en Oriente Medio y África.

Esto establece un precedente peligroso: se perpetúa la controvertida idea de que las fronteras nacionales necesitan protección con más urgencia que algunas de las personas más vulnerables del mundo.

Los líderes de la UE deben actuar con rapidez para revertir el daño, porque si la miseria sigue desbordando los campos de refugiados en Grecia, los niños y las familias no van a aguantar seis meses más.