TTtreinta y cuatro años han transcurrido desde las elecciones del 77. Viví el cierre de campaña en Madrid. Al día siguiente salí hacia Badajoz para poder votar. He vivido muy de cerca todas las campañas desde entonces. Durante la transición aquellos días eran apasionantes. La gente acudía a los mítines que no eran solo para los convencidos. Había mucha curiosidad por sentir en la propia carne el latido de la libertad alcanzada. Recuerdo el teatro Menacho en Badajoz, lugar a donde acudió Adolfo Suárez . Justo detrás de mí estaba Javier Rupérez , el diputado de UCD secuestrado por ETA en el 79. Años después también recaló por el viejo teatro, hoy convertido en tienda de una conocida marca, Julio Anguita . Memorable discurso el del califa. Tenía algo en su manera de hablar y en su argumentario que me atrapaba. También oí en ese mismo escenario a los socialistas aunque, si mal no recuerdo, eran más partidarios de hacer sus actos al aire libre, en el auditorio Ricardo Carapeto, en el parque Infantil.

No solo para convencidos eran los mítines en aquellos primeros compases de la democracia. La ciudadanía quería oír a los políticos antes de votar. Quería conocerlos, sentirlos. Por las principales calles y avenidas pasaban las caravanas de coches con sus músicas y banderas. Era una auténtica fiesta. Eramos un país libre y lo celebrábamos. Teníamos confianza en el porvenir, como jóvenes con toda la vida por delante. Ya no. De la juventud ilusionada hemos pasado a la madurez fría. No sentimos la necesidad de notar el pulso de la democracia vibrante. No nos creemos nada y nunca menos que ahora. Debemos hacer algo. Un paso importante lo dio el movimiento 15-M, pero hay que ir más allá. No sé cómo, pero debemos refundar nuestro sueño. Votar es lo principal, pero no puede ser lo único.