TEtl rey Artabán se perdió buscando al Niño Jesús. Salió después que Melchor, Gaspar y Baltasar, pero la luna le jugó una mala pasada y ocultó la estrella que seguía. Un zafiro, un rubí y una perla eran sus presentes para el nuevo Dios que nacía en Belén.

--¿Cuándo llegaremos a Jerusalén? ¿Dónde está tu Dios?, preguntó su ayudante mientras el viento llenaba de arena sus ojos.

--¡Tranquilo, pronto encontraremos la estrella!, le respondía con la mente llena de dudas.

Artabán agarraba con fuerza las bridas del camello y miraba al cielo tratando de encontrar alguna referencia para no desorientarse. A veces las lágrimas caían por sus mejillas y las ocultaba en el turbante.

Cuando hicieron un alto en el camino se encontraron a un hombre desarrapado y con la boca llena de llagas y heridas.

--¡Por favor, una limosna, si no el médico no me atenderá!

Artabán frunció el ceño y se metió la mano en la bolsa de los presentes... Cogió el zafiro y se lo dio al mendigo.

--¡Estás loco! Acabarás por despertar la ira de tu Dios y no tendrás nada con que agasajarlo cuando lo encuentres, le dijo su ayudante.

También se detuvo en una aldea del desierto, maldita por la peste. Entonces le entregó al alcalde de aquel poblacho el rubí para que enterrara a los muertos con dignidad.

Después, lleno de harapos, sucio y con los ojos arrasados por el viento, le dio entre sollozos la perla a su compañero y éste le abandonó. Habían pasado treinta años y aunque murió pobre y sin ver a Jesús, en realidad fue el que más cerca estuvo de él de todos los Reyes Magos de Oriente. Refrán: Cuando ayudas al hermano le das a Dios la mano.