Lucía Martín llegó a Nueva Orleans el 27 de agosto para pasar unos días de vacaciones antes de regresar a su casa, en Benic ssim (Castellón). Habituada a la vida en EEUU (estudió en Wisconsin), infravaloró las advertencias sobre el Katrina . Creyó que, a salvo en el Hotel Hyatt, después del paso del huracán continuaría sus vacaciones. "Nunca imaginé lo que se avecinaba".

"Fue un calvario. Pasamos un calor sofocante, hambre, sed y un tremendo cansancio. Pero lo peor fue el miedo. Mucho miedo, tanto que no acierto a describirlo".

Al principio no parecía tan malo, pero luego la situación se hizo insoportable. "Nos concentraron en la primera planta. Eramos unos 500 huéspedes y la dirección autorizó a los empleados a que trajeran a sus familias. Pero a medida que se acercaba el huracán, el vestíbulo se empezó a llenar de gente que buscaba un refugio".

Vidrieras arrancadas

Y llegó el Katrina , precedido por "un ruido horroroso". "Arrancó todas las vidrieras del edificio" (de 27 pisos con 50 habitaciones por planta). "En mi cuarto, en la planta 12 --recuerda Lucía--, sólo quedó la cama al borde del abismo. Y al rato éramos ya 3.500 personas". El martes, el nivel del agua empezó a subir y hubo que racionar los alimentos. "Un botellín pequeño de agua por día y persona. Un pomelo por la mañana y algo de cenar en la noche. No se podía cocinar, los congeladores empezaron a deshelarse y los alimentos se echaron a perder. De la higiene ni hablar. Unos cuantos lavabos para aquel gentío. Se acabó el papel, se acabó el agua, se atascaron los váteres, apestábamos".

Ese día comenzaron a rondar los saqueadores. El hotel se encuentra a 200 metros del Superdome y allí la situación de inseguridad era grave. "La policía cortó un pasadizo subterráneo que une el hotel con el estadio para evitar que nos invadieran y todas las puertas estaban atrancadas. Desde las ventanas rotas veíamos lo que pasaba en el exterior. Gente merodeando, los del Superdome esperando autobuses que no llegaban. Las camillas con los enfermos tiradas por allí, no sabíamos si estaban vivos o muertos".

Comienzan los saqueos

"Cuando empezaron los saqueos pensamos que si aquello duraba acabarían entrando. Junto a la gente que se vio obligada a buscarse la comida en los supermercados estaban los peligrosos, los drogadictos, que empezaron asaltando farmacias y armerías en pleno síndrome de abstinencia".

Marta no pudo contactar con su familia hasta el jueves. "Cuando el viernes salimos escoltados por la policía, un montón de tipos con los ojos desorbitados por la falta de droga forcejeaban para subir al autobús". La odisea no acabó allí. "Nos llevaron a la zona del aeropuerto y nos dejaron tirados. Tardaron horas en venir a buscarnos. Cuando entramos en el edificio central había miles de personas y tuvimos que esperar hasta el sábado por la tarde para llegar a Austin Tejas. El domingo, Wisconsin me pareció el paraíso".