Dicen que necesitamos creer en lo sobrenatural y que por eso siempre han triunfado las religiones. Los primitivos tenían dioses a patadas, pero, en el camino de la civilización fuimos recortando el Olimpo, seguramente más por lo liosa que llegó a ponerse la mitología que por desacreditar a venus y mercurios. Los poderosos se hicieron monoteístas, fans de un solo dios verdadero, --alá, dios, yavé, jehová-- aunque rodeado de santos, vírgenes y/o profetas y, cada uno en su terreno, difundieron su religión. Lo hicieron bastante bien. Adaptando las creencias de los pueblos a las suyas propias, el resultado fue beneficioso. Al amparo de la religión progresaron los pueblos, la cultura, el arte, la historia, la literatura, la educación, las mejoras sociales... Pero llevan décadas en franca decadencia, perdiendo poder y acólitos a grandes pasos. No solo ya la moral ha dejado de ser prerrogativa suya, sino que andan dando tumbos por las ciénagas de lo inmoral. Así se entiende que la humanidad vuelva la mirada a otros sectores y cada uno se apunte a nuevas religiones laicas en proceso de reinvención. Lo peor es elegir: Hubo quien creyó en la política y perdió la fe cuando el de al lado se forraba y él no salía de pobre. Hubo quien se apuntó a ser profeta del clima cambiante y, esperando la desertización, fue sorprendido por aguaceros. Hubo quien se hizo fiel de una tribu urbana y salió del barrio cosido a puñaladas. Hubo quien se convirtió al judicionalismo y quedó horrorizado de los jueces. Hubo quien confió en el amor de su pareja y acabó siendo trigésima víctima de la violencia doméstica. Te mosqueas, claro y decides que para dioses, Messi . Y si no, un consejo: hazte ateo.